En el año 1986 John Frankenheimer dirigía para la Cannon 52 vive o muere, basada en la novela homónima de Elmore Leonard siendo el propio escritor recientemente fallecido quien realizara el guión adaptativo de su propia obra. La película es hoy en día una de las cintas más olvidadas de un autor cuya reivindicación crece cada día, realizada por un Frankenheimer que en la década de los 80 no pasaba por su mejor momento creativo (parece que los problemas con el alcohol tuvieron que ver en ello) donde ofreció una serie de cintas que no llegaban a los niveles de auténticos clásicos como El hombre de Alcatraz (1962), El mensajero del miedo (1962) o Plan diabólico (1966) por citar a modo de descriptivos ejemplos el peso de una filmografía algo irregular pero siempre con destellos de calidad que el director cimentó hasta los últimos días antes de su muerte.
52 Vive o Muere es una nueva adaptación del universo de Elmore Leonard al cine, con la particularidad de que en esta ocasión el propio autor llevó la batuta de la traslación bajo la escritura del libreto, con la colaboración de la pluma de John Steppling. La fidelidad respecto a la novela sería algo totalmente controlado por Leonard, que tan solo haría pequeños cambios como la localización (su amada Detroit sería sustituida para el cine por la más cinematográfica Los Angeles) y en algún aspecto secundario del protagonista Harry Mitchell. Dicho personaje es el eje de la trama que protagoniza 52 Pick Up, novela encuadrada en el género predilecto del autor, el ‹noir›, que junto al western pasarían a ser las dos principales vertientes de Leonard para construir su legado de historias.
Harry Mitchell es un exitoso hombre de negocios que será chantajeado por tres delincuentes de poca monta tras tener una aventura con una mujer mucho más joven, algo que pondrá en peligro tanto su matrimonio como su acomodada posición social. Típico y tópico entramado de género negro que en la película es desarrollado con bastante buena mano tanto en el plano visual como el narrativo. Por su parte Leonard se mantiene fiel a su estilo manejando con mucho encanto las constantes del ‹noir›. Aunque sea patente una cierta carencia de habilidad en un formato algo más delimitado como es el guión cinematográfico, el libreto funciona tanto a nivel personajes como desarrollo argumental, a pesar de una cierta carencia de momentos notorios que eleven al espectador emotivamente. Visualmente la película está (afortunadamente) muy anclada a su época, con una retro-iluminada ambientación de Los Angeles, con sus contrastes de riqueza y delincuencia, luminosidad y tenebrosidad retratando unas calles estéticamente fangosas que recorridas por innumerables Chevrolets y Mustangs son un campo de juego donde nadie merece fiarse de nadie. Ahí radica el núcleo del ‹noir› que tan bien implantó Leonard en sus novelas y que aquí se enriquece con ese particular sentido estético que acompañó al cine policíaco de los 80, vertiente que quizá merezca una atención más profunda.
Roy Scheider tiene reservado el papel principal donde aguanta perfectamente el peso de una trama en la que prevalece la asfixia sufrida por un hombre que lo tiene todo y que ve como los pilares de su existencia están a punto de desmoronarse. Frankenheimer apunta en su narración a la descripción del aguante mental de Harry Mitchell ante una situación que no se ve incapaz de manejar. Scheider aporta esa dureza de carácter que tanto hace recordar a los personajes clásicos del ‹noir›, en una interpretación realmente admirable que bien podría tildarse de unas de las más destacadas de su carrera. El actor se mete en la piel de un héroe que no es héroe, sino un superviviente a ese mundo de perdedores y criminales donde nuevamente, la película se consolida en el manejo de los pilares del género. El grupo de villanos se desarmará por la codicia dibujando unos caracteres algo tópicos pero fieles en espíritu a los personajes típicos de la literatura de Leonard. El letal Alan Raimy (John Glover) que ejerce de improvisado cabecilla con una interpretación excesiva y moderadamente histriónica pero con un inherente carácter desenfadado. Maníaco y obsesivo, su psicología homicida está retratada con cierta contención; Leo Franks (Robert Trebor) responde al típico carácter antagonista que ve como la situación le invade y le llena de cobardía, algo que se paga muy caro en los oscuros terrenos del ‹noir›. La imponente presencia de Bobby Shy (Clarence Williams III) responde a la figura del sociópata temido y respetado, en un tipo de personaje que nunca falta en las historias de Leonard.
Aunque el tiempo no la ha colocado como una de las cintas más indispensables de Frankenheimer o del universo de Leonard en la pantalla, 52 Vive o Muere supone un modesto y eficaz retrato del ‹neo noir› norteamericano, donde sí que podemos encontrar la confluencia del tratado cortante y seco de la violencia de Elmore con el elegante sucio toque visual por parte del director que aún siendo fiel a su época, se retrotrae a la aspereza visual tan propia de los 70. Su auto-fidelidad con el género, su dibujo psicológico de personajes y hasta un erotismo a ráfagas muy bien llevado hacen de la película un producto empacado, admirable y trabajado, a pesar de no suponer ningún punto y a parte del género negro.