Se está poniendo de moda sacar un reloj mostrando las 11:11, ¿o soy yo?
El otro día —en El intermedio (La sexta)— entrevistaban a varios menores transgénero, término que sirve para hablar de las personas que están encerradas en un género sexual en el que no están nada cómodos y, sobre todo, al que sienten y piensan no pertenecer; una situación que termina derivando en el cambio de género, mediante la correspondiente transición global. Un tema delicado por todo lo que implica, tanto psicológica como socialmente, según el entorno. De hecho, uno de los jóvenes decía en la entrevista que una socióloga con la que habló le dijo que si con el tiempo se arrepentía del cambio, sólo le quedaba tirarse por un puente. 52 martes habla de menores de edad, pero en este caso el término transexual se ha de aplicar a su madre, decidida a dar el paso para convertirse en hombre.
¿Problemas del primer mundo? Los hay de muchos tipos, claro. Todo depende de en qué jerarquía de la pirámide de Maslow nos encontremos. La perspectiva vital cambia una vez hemos cubierto ciertas necesidades básicas; en un momento dado de la pirámide, estas dependen de la profundidad mental de cada persona, de su género, de su sexualidad, de las personas a su cargo, etc. Más allá de en qué lugar se encuentre cada ser humano, este siempre tendrá unas prioridades; si las cubre, intentará priorizar otras carencias o resurgirán otras que creía haber dejado atrás. Eso no significa que seamos unos superficiales, necesariamente. A veces, cómo afrontamos nuestros problemas es lo que diferenciaría a una persona (más) madura de una que no lo es tanto (al ejemplo de los chicos entrevistados me remito); mientras la primera, la madre, tiene problemas reales de sexualidad, la segunda, la hija, se los inventa en base a los de la anterior. Es lo que en esta película se denominaría como “relación materno-filial”; la madre pensando que lleva toda la vida sintiendo ser lo que no es, mientras la hija, que idolatra a su madre desde recién nacida, se pregunta si su madre alguna vez la quiso tener. ¿Qué más da esto último? Cuando naces ya no puedes esconderte; al menos tu madre está intentando ser feliz, ahora, y contigo, ¿tú no?… Oigo un eco, creo que nadie me está escuchando.
Leo en algunos sitios que la estructura y el enfoque de la película es lo que da el plus de calidad a este producto australiano. Bien entonces, espero impaciente a que alguien realice la película de los miércoles; coincidiría, además, con el día que usaba yo para reunirme con mi progenitor a la edad de la protagonista. ¿Cuánto he conectado con 52 martes? 15 martes, aproximadamente (se hace un poco larga, casi dos horas de duración). No me interesa casi nada de la historia de la hija (la protagonista, al fin y al cabo), siendo más interesante, bastante más, lo que le ocurre a la madre, al padre accesorio o incluso el espacio dedicado al buenrollismo sensato del tío materno. En cualquier caso, se trata de un buen producto, un producto con carácter y con ese toque intimista y delicado que tanto se lleva últimamente. Recomiendo verla, es un tema interesante y está tratado con sinceridad, creo, aunque —obviamente— remite con frecuencia a otra película de similares características y temática, la alemana Romeos (Sabine Bernardi, 2011), con la que me estrené, además, en esta página web.
En ciertos momentos, sobre todo al principio, la cinta juega con una idea que no es tal; eso es trampa, aunque te lo vas suponiendo pronto. La propia atmósfera del filme te lleva a ello. No deja de ser una obra estéticamente más destinada al público joven y adolescente, el cual debe sentirse atraído por lo que ve y, quizá, salir de la sala de cine un poco más sereno y ubicado, en relación a sus padres, sean del género que sean, sean adoptados, deseados o accidentales. El final es el mismo para todos.