El cine de Mariano Cohn y Gastón Duprat siempre nos ha acercado a ese espectro de la realidad donde lo social cobra relevancia más allá del revestimiento en forma de comedia que le pudieran otorgar sus autores durante estos años, cohesionando como fuera un universo ya característico y personal. La decisión de tomar caminos colindantes (pues en el fondo no han dejado de colaborar por más que la dirección haya recaído en uno de ellos en cada caso) sorprendía, pues, especialmente en el caso de Mariano Cohn, pues mientras su habitual compañero tras las cámaras, Gastón Duprat, seguía con Mi obra maestra los pasos establecidos durante estos años, el ballesterense se pasaba a un género alejado de sus habituales inquietudes, al menos a priori.
4×4 se erige así como un thriller donde el espacio se antoja fundamental en la construcción del mismo. Con una premisa de lo más sencilla, Cohn enarbola un ejercicio donde la cámara se transforma en una extensión de ese discurso que arranca desde los primeros compases del film: las calles de un barrio bonaerense transmiten únicamente mediante las estampas dibujadas por el cineasta argentino un clima de inseguridad descrito en apenas minutos, y que pese a ofrecer una particular contextualización que se siente expuesta en demasía a la mirada del director, otorga un certero germen desde el que armar el epicentro del relato.
El encierro al que se verá sometido nuestro protagonista, un ladrón de barrio como cualquier otro, al entrar en un todoterreno de último modelo, conecta en su totalidad con esos primeros planos que definen 4×4, y en los que hallamos una particular disyuntiva; y es que si bien en ellos se expone la desconfianza que habita en las calles del barrio donde acontece la acción, del mismo modo se respira un ambiente enrarecido, donde el ojo por ojo parece ser la última (y única) réplica. Un hecho que se reflejará a lo largo del confinamiento del personaje central, cuya opresiva situación se verá manifestada lejos de la coyuntura en que se encontrará al no poder salir del vehículo, también debido a la posición dominante de su captor, del que cada palabra transmitirá tanto como cualquiera de sus acciones.
Lejos de lo que pudiera parecer, en ese primer tramo Cohn decide entablar un jugueteo que tiene tanto de físico como de psicológico. De la estampa casi agonizante de un Peter Lanzani que aporta ese feroz y recrudecido accionar desde el que comprender una situación tan extraña como al mismo tiempo difícilmente asumible, al texto de ese enigmático personaje al que da vida Dady Brieva, convirtiendo precisamente ese encierro en síntoma. Síntoma de aquello en que nos ha transformado como sociedad querer proteger unos intereses individuales. Todo un paradigma de lo que somos como tal.
4×4 funciona, pues, mientras su interesante parábola nos sostiene en el interior de ese vehículo, lejos de evidencias que no necesita descargar a través de sus diálogos. Un acierto que, no obstante, contrasta totalmente con una mirada un tanto más obvia, aquella que se despoja del salvajismo y (en cierto modo) la crudeza de un thriller no tan elemental como pudiera parecer, para llegar a ese estrato social que mentaba en las primeras líneas, donde todo parece fluir dentro de las reglas, de los parámetros, incluso el fabuloso personaje de un gran (de nuevo) Luis Brandoni, para terminar rebajando unas expectativas que demuestran que, lejos de ese terreno baldío y ya conocido, hay un rincón que Mariano Cohn debería darse la oportunidad de explorar y, por qué no, explotar sin necesidad de recurrir al consabido estallido de un problema que va incluso más allá de lo colectivo.
Larga vida a la nueva carne.