Cuerpo y fe
Es incuestionable que el cine patrio, por la parte que nos toca, está afrontando una suerte de transformaciones y vaivenes que marcarán las décadas futuras. Muchas de las cineastas que se han incorporado a la dirección en los últimos años aclaran que navegamos en un período de reparación histórica, donde el papel de la mujer como creadora audiovisual todavía necesita afianzarse e instaurarse como norma, pues hasta ahora le han sido negados una serie de condicionantes expresivos que ya pueden empezar a explorarse. Sin lugar a dudas, son las primeras latencias de un movimiento.
El éxito de Alcarràs el año pasado en la Berlinale devino un golpe sobre la mesa que certifica que esta tendencia no puede ser ignorada. Si se hiciera, se estaría negando el progreso. Y para que exista el progreso, debe existir la repetición y la explotación de la forma, en pos de que el cine como disciplina independiente pueda seguir a la cabeza de las problemáticas sociales e institucionales. En aras de esta estela y en la constelación de nuevas miradas creativas que están emergiendo en nuestro país, aparece 20.000 especies de abejas, que compite en la Sección Oficial de largometrajes en la capital alemana.
El debut de Estibaliz Urresola, en terreno de largometrajes, se mueve bajo una fórmula harto conocida en los vericuetos del cine de autor actual: naturalismo, una reivindicación de lo rural y la ideación de un conflicto identitario y sexual. Esta pátina observacional e intimista que tiñe la película no la hace menor, por descontado. 20.000 especies de abejas está teñida de significados ocultos, algunos de ellos vinculados a objetos-significantes. Es tentador que anide en nuestra cabeza El Espíritu de la Colmena, de Víctor Erice, sobre todo en relación a las metáforas de la colmena y las abejas, en tanto que el personaje protagonista también está atrapado en una suerte de colmena. El film nos presenta a Aitor y a su familia, un niño de ocho años que paulatinamente se va percatando de que ha llegado al mundo en el sexo equivocado. La cineasta sabe narrar a través del gesto, en lo que es un relato que resume el modo en el que sus allegados, dos hermanos, su madre, sus tíos y su abuela, reaccionan a dichos descubrimientos. El film halla aquí su razón de ser, en la tensión entre un conservadurismo tradicional familiar y una dinámica de aceptación que comulga con los debates contemporáneos sobre la transexualidad y el transgénero.
Hay en el discurso una faceta muy ligada a la artesanía, pero no tanto en relación a la propia materialidad fílmica, sino porque en la película vemos un taller donde trabaja la madre. Hablamos de una mujer que ejerce de escultora, y en algunos enclaves del relato la vemos moldear los cuerpos y trabajar la cera. El film en sí mismo está orientado a una escritura del cuerpo; de un cuerpo que empieza a emanciparse y a descubrir que la categoría en la que ha sido inscrito desde su nacimiento no se corresponde con lo que siente.
Donde 20.000 especies de abejas se hace verdaderamente fuerte es en su tramo final, comprensivo y humano. Urresola rinde tributo a la figura materna, pero no devocional, sino desde la humanidad y la sinceridad, análogamente a la mirada de Alauda Ruiz o Pilar Palomero.