La pérdida de un hijo es una de las grandes tragedias que una persona puede experimentar, nos priva de lo que somos, y nos quita la fe y la esperanza en el mañana, porque los hijos son el mañana, la semilla puesta para hacer brotar de nuevo a nuestra estirpe y darle continuidad a una saga de guerras, triunfos, fracasos, injusticias y mezquindades, que algún día y con un poco de suerte nos permitirán vencer a la muerte; esto sucede igualmente en el caso de un hijo adoptado (como es el de la presente cinta), porque un hijo no es sólo nuestra sangre y carne sino también nuestro saber y pensar, nuestra experiencia y nuestra mirada. Y así la película empieza ‹in media res› con una extranjera llamada Isabelle que camina perdida por las calles de una Vietnam moderna buscando entre extraños a la madre biológica de su hija con el deseo de compartir con ella su dolor.
El paisaje y entorno juegan un papel fundamental en la cinta, los decorados de los espacios resaltan la rica belleza oriental de un país que aún conserva gran parte de una cultura ancestral, rica en ritos y productos artesanales; también el verde que envuelve a las ciudades, la quietud de los lagos y la rutina cotidiana de campesinos y vendedores ambulantes ayudan a adentrarnos en una realidad saturada de vida. Y, de hecho, este contraste de la mirada extranjera es uno de los elementos importantes en parte de la trama, porque al drama de Isabelle lo acompañan los fantasmas del cruento conflicto bélico en el que los norteamericanos invadieron el país y cometieron gran número de arbitrariedades, y el resentimiento producto de estas aún persiste en uno de los personajes.
Cuando Isabelle conoce a Thuy (verdadera madre de la niña fallecida) teme decirle la verdad y la engaña por un tiempo, contratándola para que sea su guía mientras recorre el país; y, como es previsible, ambas mujeres empiezan a compaginar y hacerse amigas mientras comparten experiencias y anécdotas, entre las que se encuentra la verdadera razón por la cual la familia de Thuy entregó a la niña en adopción. La cinta peca de obvia a la hora de elaborar y desarrollar el intento de pasar de incógnito de Isabelle, ya que los diálogos y las emociones de los personajes se tornan previsibles y no hay un especial desarrollo en ellos; de hecho, lo que sigue haciendo disfrutable el metraje es en gran parte su propuesta estética que no para de aprovechar las virtudes del entorno anteriormente mencionadas, llegando a parecer inclusive a ratos que esta es una de esas películas hechas con la intención de promocionar el turismo en una región.
Por momentos el ambiente se acopla con la emotividad de los personajes permitiendo desarrollar bellos planos que ejemplifican la tristeza que se puede percibir a veces en la naturaleza caótica, como las majestuosas olas de un caudal a punto de desbordarse en medio del frío invierno que rodean y amenazan al hogar de la pareja y que parecen representar ese mismo dolor inconmensurable que es incapaz de encontrar reposo. También la tranquilidad y calma del lago que hace presencia frente a las dos amigas, silencioso y expectante, mientras Isabelle confiesa su secreto.
La película termina siendo un trabajo interesante para el que tenga interés por las culturas del lejano oriente (como ya se ha expuesto de manera reiterada, hay un gran trabajo por parte de arte, fotografía y producción en la búsqueda de locaciones y la adecuación de escenarios), pero para el que quiera disfrutar de un drama profundo sobre la perdida y la memoria la cinta podría haber estado más pulida.