El 20 de julio de 1944, un grupo de oficiales de la Wehrmacht, bajo el mando del ilustre coronel Claus von Stauffenberg, llevaron a cabo el intento de asesinato contra Adolf Hitler más sonado de la historia en una operación recordada como “Operación Valquiria”. El fallido golpe de estado, como no podía ser de otro modo debido a su magnitud e importancia, ha sido objeto de varias adaptaciones cinematográficas y televisivas, siendo la más recordada la simplemente correcta y rutinaria Valkiria De Bryan Singer, cuyo mayor reclamo radicó en contar con Tom Cruise dando vida a von Stauffenberg.
A la sombra de esta tentativa de magnicidio contra el Führer queda el perpetrado en solitario por Georg Elser; un carpintero opositor al régimen nacionalsocialista cuya a priori apasionante historia ha sido trasladada a la gran pantalla por Oliver Hirschbiegel, realizador que recibió la nominación al Oscar por su mejor trabajo, titulado El Hundimiento, y cuya heterogénea carrera iniciada en la televisiva Rex: Un policía diferente y salpimentada con descalabros como Diana (2013) o Invasión (2007), retorna a la Alemania Nazi que le encumbró en 2005 con la aséptica 13 minutos para matar a Hitler.
El viaje interior que conduce a Georg de la más absoluta pasividad a convertirse en una de las figuras revolucionaras más representativas de la Resistencia alemana, además de resultar sin lugar a dudas lo más atractivo de 13 minutos para matar a Hitler, guarda cierta semejanza con la posible función del público durante su proyección. Hasta que decide pasar a la acción, Elser es un mero espectador que presencia inactivo el ascenso de un Partido Nazi que, sin duda, conducirá a Alemania al desastre. La diferencia reside en que, llegado el punto de inflexión, el carpintero pasa a la acción, implicándose emocionalmente y tomando medidas, mientras que, desde el patio de butacas, la frialdad de la narrativa empleada por Hirschbiegel evita toda conexión visceral con el filme y sus personajes, limitando la experiencia a lo sencillamente contemplativo.
Del mismo modo que Valkiria, 13 minutos para matar a Hitler cae en la trampa de confundir el rigor histórico con la falta de intensidad emocional, funcionando infinitamente mejor como una suerte de documental dramatizado que como un drama al uso. Este hecho resulta más incomprensible si cabe al tener en cuenta que el director ya demostró en su anterior visita a la Alemania de los cuarenta que la crónica más fidedigna no está reñida en absoluto con la capacidad para erizar el vello del respetable, regalando momentos antológicos que, en este caso, brillan por su ausencia.
Para más inri, las dos líneas temporales sobre las que se asienta la narración, montadas en paralelo durante unas interminables dos horas y diez minutos que se estiran como un chicle que pierde el sabor progresivamente hasta rozar lo insípido, hacen de este largo con esencia de biopic, cuerpo de thriller y, pese al grandísimo trabajo en cuanto a diseño de producción, apariencia de «TV movie» de primera categoría, una mayúscula decepción al tirar por la borda unas notables interpretaciones, un exquisito cuidado en la ambientación, y una más que interesante aproximación a la psique de Georg Elser, quien tendrá que esperando una traslación al celuloide que haga justicia a su leyenda.