Parece que fue ayer, pero en realidad hace muy poco. Confinamiento total y aplausos a las 20:00 para los sanitarios que luchaban contra la pandemia. Dejando de lado la degradación paulatina del acto hasta convertirlo en una especie de circo del egoísmo y el bien quedar propios, lo interesante es la elevación del sanitario a una categoría casi mítica, como si habláramos de seres de luz en lugar de personas.
No es nuestra intención poner en duda su esforzado trabajo, pero si poner de manifiesto su condición humana, con sus virtudes y sus flaquezas. 12 Hour Shift podría ser perfectamente, dado el contexto en que nos encontramos, un homenaje ‹sui generis› en forma de comedía negra a la profesión de enfermera.
Un film que arranca subvirtiendo esa imagen de esfuerzo y bondad que tan a menudo se nos muestra. En una presentación ejemplar por su velocidad y precisión entramos en materia a través de los tejemanejes de una enfermera cansada, cínica y malcarada que se dedica al tráfico clandestino de órganos. El contexto y la puesta en escena acompañan en esa visión desencantada, mostrándonos un turno nocturno en un hospital frío y desangelado donde lo importante es acabar cuanto antes en vez de cuidar a los pacientes.
Todo ello sirve para base para un primer tramo donde se nos hace un recorrido por los diversos caracteres que se pasean por la pantalla desde un prisma paradójicamente cercano a pesar del retrato antipático que se da de ellos. A partir de aquí el film de Brea Grant entra en los parámetros conocidos de plan que sale mal con todas las situaciones absurdas que generan.
Poco a poco 12 Hour Shift va dejando atrás la comedia negra como foco central para centrarse más en una espiral de violencia y demencia situacional tan salvaje como fría y seca. Lo que podría ser una crónica cínica sobre gente haciendo su trabajo acaba convirtiéndose en una pesadilla de tonos casi psicodélicos donde lo de menos ya es la ética al respecto de los órganos donados.
De alguna manera entramos en una especie de survival bizarro, a ratos inconexo, que, aunque se sustenta en un guión a veces demasiado reiterativo y que no acaba de mezclar bien con el humor que pretende arrojar, termina por generar un conjunto encantador a su manera. Ayuda, por supuesto, una elección de interpretes adecuado, esencialmente por lo que respecta a su protagonista, Angela Bettis, capaz de definir el estado de las cosas con su presencia física.
Estamos pues ante un film irregular, a veces demasiado frío, a veces demasiado alocado sin solución de continuidad entre ambos tonos. A pesar de estas irregularidades, la película funciona como homenaje desencantado a una profesión, al abuso de turnos largos y mal pagados y las consecuencias que de ello se deriva en el trato deshumanizado de paciente a enfermo y viceversa. Aunque no del todo redondo, podríamos estar ante un film de culto que, una vez pasado el impacto de sus escenas más violentas, se desempeña como un retrato amoral y sangrante de las pésimas condiciones laborales de aquellos a los que aplaudimos hipócritamente.
Se trata de una cinta que hace una mezcla de comedia negra con algo de gore.
Sin embargo, lo destacable es la actuaciòn sobresaliente de las dos actrices que llevan sobre sus hombros el peso del film. Ello, porque en sus respectivos roles, ambas superan con creces el dicho tan manido de que «la realidad supera la ficciòn».
Creo que es imposible encontrar, en la vida real, dos personas como ellas: una que sea tan cìnica y desenfadada como la enfermera; y la otra, tan estùpida y bruta. Tanto asì, que sus cometidos llegan a molestar a un espectador comùn y corriente.
Y eso es ya un enorme mèrito, que hace recomendable ver la pelicula.