100 Seasons es un caso especial de resignificación del pasado a través de la ficción, ya que el registro de una pasión temprana se retoma en el guión anclando la vida de sujetos impostados a las necesidades de interpretación de la imagen espontánea que los precede. Esto pasa porque, en resumen, el filme que nos atañe empezó a filmarse sin conciencia de transformación o de finalidad ficcional, era más bien el registro de un presente real que pareciera idílico; básicamente, el protagonista y director Giovanni Bucchieri se enamoró perdidamente de la actriz Louise Peterhoff en su adolescencia y este amor no solo fue correspondido sino que sobrevivió durante más de 5 años, en los cuales Bucchieri aprovechó para recolectar una buena porción de momentos de la relación. El material que viene después es el intento por dar una conclusión amable a lo que terminó de forma dolorosa, y es dicha búsqueda la esencia fundamental de la obra que no solo otorga un espacio para divagar en la memoria sino que la potencia a través de la construcción de realidades alternas, porque además del intento de cierre está el dolor impostado en los personajes, que es aquel corazón herido que desea ver sufrir a su ex-pareja, no tanto por una cuestión vengativa, también porque el valor del sujeto se puede medir en el vacío doloroso que ha dejado en el otro.
Y es que es recomendable investigar sobre ambos protagonistas después de ver la película porque el chisme enriquece la experiencia. Entrando en detalles, la cinta posee dos enfoques distantes que apenas se cruzan pero que están atados por las memorias de un pasado ingenuo, y en ello es un acierto la asociación de la historia con la obra Romeo y Julieta, la cual Louise tilda de mediocre a pesar de que acepte como reto representarla, pues en esta actividad se remarca el sentimiento profundo que no puede superar ese periodo de caricias torpes, de inmadurez y caprichos que a pesar del tiempo aún despiertan afecto. Y ni hablar de la práctica (hasta cierto punto perturbadora) de Giovanni de repetir día tras día las cintas de su juventud con Louise, las cuales inevitablemente contrastan con un Giovanni enfermizo, envejecido e incómodo de seguir en el desarrollo de su bipolaridad. Porque este es otro punto importante, Giovanni tiene una enfermedad mental complicada que si bien no muestra de manera directa cómo ayudó a romper su relación con Louise, sí evidencia que fue una cruz imposible de llevar coordinada entre ambos. En cuanto a su apuesta narrativa, es importante resaltar los saltos entre realidades porque la falsificación no solo funciona como una realidad alternativa, a la misma se suman múltiples universos en los cuales los personajes interpretan diversos roles como aristócratas en la Europa ilustrada o viajeros del futuro, universos que aunque no tengan una coherencia espacio-temporal, sí ayudan a retratar las emociones y personalidades de los protagonistas de una manera más amplia.
Más allá del artificio de apoyarse en el material de archivo, la trama no es en especial novedosa en sus indagaciones acerca del amor. Aun así como apuesta por el pasado, por entender al cine como un artilugio de re-significación, la película termina siendo algo más que el aparente cliché del romance inacabado, ya que convierte al espectador en testigo de un reencuentro tanto ficcional como real de los sujetos que ya en la madurez apuestan por renovar sus vínculos desde la pantalla. Lo que vemos no es sólo apariencia sino también diálogo entre el presente y el pasado fuera de cámara; ambos protagonistas rescatan esa belleza sublime que contrasta con lo tosco de la tesitura del vídeo amateur para no volver a dar la espalda a los errores ni intentar borrar lo que aún les pesa, convirtiendo las imágenes en memoria que de nuevo engendra ánimo y vida.