Desde que a mediados de los 80 diera fin esa corriente que englobó cine de género australiano de toda índole (también llamada «ozploitation»), Australia no había vuelto a una corriente que dejó una marca muy profunda en la historia del cine de ese país. De hecho, una buena muestra de ello es que Mark Hartley recuperara en su documental Not Quite Hollywood esa etapa emblema en la que surgieron autores como Brian Trenchard-Smith o Richard Franklin. Precisamente ese documento parece una prueba evidente de que Australia está tomando consciencia de lo que un día fue su cine, y que cineastas como Greg McLean o David Michôd hayan dado un empujón al panorama es la confirmación definitiva.
De entre esta nueva espiral de realizadores de nuevo cuño que nos están llevando desde la salvajada gore de trazo más grueso (The Loved Ones) hasta a cintas de animales asesinos de todas las clases (ahí están el Rogue del ya citado McLean, o The Reef de Andrew Traucki), algo que no se ha estilado en demasía ha sido un cine más humorístico, o lo que comúnmente denominamos comedia de terror, y aunque ahí están intentos como Los no muertos de los Spierig (que sin lanzarse directamente hacia la comedia, tenía trazos dentro de esa pura serie B), lo cierto es que se han echado en falta propuestas que rompiesen un poco la dinámica latente en el cine australiano.
Pues bien, se podría decir que el debut de Cameron Cairnes y Colin Cairnes se engloba a la perfección en este grupo con una 100 Bloody Acres que no olvida otros aspectos como pudieran ser el lado más visceral y sanguinoliento del asunto, y además lo empapa todo con un humor que se nutre de cuantas bazas están en su mano, ya sean las formas de esos dos hermanos de pueblo que perfectamente podrían formar parte del thriller rural habitual donde la confrontación entre sociedad moderna y sociedad rústica hace su aparición, o incluso detalles más típicos como ese personaje puesto hasta las cejas de alguna sustancia alucinógena que deja no pocos momentos divertidos.
La premisa base, y como habrán intuido tras citar el thriller rural, nos sitúa en la granja de dos hermanos que han establecido un nuevo modo de fabricar un abono de mayor calidad que el de sus competidores: hacer puré cuerpos humanos encontrados previamente en algún accidente de tráfico. En ese macabro plan de sustentación, y cuando el más débil de ambos hermanos decida actuar por su cuenta, entrarán dos chicos y una chica de ciudad que se quedarán tirados de camino a un festival musical, y que aceptarán de buen grado ser trajinados por ese dueño de una PYME (tal y como él mismo se denomina) hasta que todo se descalabre al ser descubierto el cadáver en la parte posterior del camión.
A partir de ese instante, se iniciará un juego que desarrollará una vertiente más psicológica por un lado (esa batalla que mantiene Reg, el hermano sin iniciativa, con la joven y preciosa Sophie), ofreciendo buenas dosis de sangre por el otro y, como no, momentos cómicos con mucho empaque que se darán cita cuando uno menos lo espera. Además, las pequeñas subtramas añadidas por los Cairnes (ese tipo traicionado por su novia, el enfrentamiento entre ambos hermanos porque Reg quiere demostrar a Linds que vale más de lo que parece…) dotarán de cierto color a un relato que se vale por si solo para divertir y lograr cierta empatía a partes iguales.
Precisamente esa empatía es la que permite al espectador tomar un bando (aunque siempre se puede quedar uno en tierra de nadie y disfrutar simplemente de la disparatada carnicería) que los cineastas saben decantar y culminar en un último acto que es realmente donde un film de estas características se la juega al todo por el todo, y sin duda los Cairnes aciertan no solo con la inclusión de nuevos personajes (grande Jarratt en un pequeño papel cuasi irónico a sabiendas de porque se le conoce), sino con la resolución de un conflicto que deja estampas geniales y dentro de ese descalabro algo controlado cierran una de esas óperas primas con tanto talento y devoción para el cine de género como afinidad por unas características que llevábamos tiempo queriendo ver en un film de género australiano, y que ellos aciertan a disponer en pantalla con la suficiente tenacidad y locura para disfrutar de cabo a rabo.
Larga vida a la nueva carne.