Sergio y Alex son una feliz pareja que vive en un piso cualquiera de Barcelona. Entre el típico desorden matutino juvenil, hacen el amor antes de tomarse un reconstituyente desayuno. De repente, surge una buena noticia. Alex ha conseguido un puesto de trabajo, algo que en esta época es casi como ganar la lotería. El problema es que tiene que trasladarse a Los Ángeles para poder ejercerlo. Será sólo durante un año, le dice a Sergio, después podremos llevar a cabo todos los proyectos que hemos planificado, como tener un hijo. Pero Sergio no parece muy convencido de dejarla marchar…
La historia de Sergio y Alex es el punto concreto a partir del cual Carlos Marqués-Marcet pretende analizar las relaciones a distancia, una situación tan complicada que hasta parece utópica. 10.000 km es el título de esta película, que se alzó con el Biznaga de Oro en la pasada edición del Festival de Málaga (además de premios al mejor director y actriz) y que quiere dar un paso al frente en lo que al tratamiento de este escenario afectivo se refiere. Para ello, nada mejor que abrir la cinta con un gran plano secuencia que nos introduce de lleno en la trama, porque va directamente al grano de la cuestión. Nada de introducir personajes por accidente, sino que nos los presentan en su más puro y rutinario estado.
En realidad, 10.000 km nos narra una situación muy acorde a los tiempos que corren. A buen seguro muchas parejas se verán identificadas con la historia que nos cuenta aquí Marqués-Marcet. Dos jóvenes con escasas oportunidades laborales, que ven incierto su futuro, sin decidirse a llevar a cabo una de las principales razones de la existencia humana (procreación) y que están todo el rato pendientes de sus aparatos tecnológicos, algo que, como bien demuestra la película, al final acaba haciendo más mal que bien. Más que una historia trascendental, lo que esta obra parece querer reflejar es simplemente una biopsia de las relaciones de pareja actuales, con el caso concreto de una relación a distancia que hoy en día creemos que se puede llevar a cabo casi con total naturalidad gracias a herramientas como Skype y Whatsapp, pero que en la práctica arroja resultados incluso más desfavorables que los que probablemente se conseguían en tiempos remotos con lápiz, papel y sobre.
El trabajo de los dos actores es magnífico por lo desgarrador que resulta. No sería del todo injusto decir que ellos son la película, y ya no sólo porque argumentalmente lo requiera así, sino porque en cada gesto, en cada palabra, en cada escena, ambos dan lo mejor de sí mismos. Si David Verdaguer compone un cruel retrato de la soledad y la progresiva descomposición, Natalia Tena está asombrosa en su doble faceta de chica feliz con sus amigos – novia infeliz con Sergio. La parte negativa es que, de tan realistas que son las actuaciones, en ocasiones los protagonistas pueden resultar un poco insoportables, sobre todo si el espectador aplica la regla del “pues yo no hubiera dicho/hecho eso”. Cosa que en este caso tampoco es injusto ya que, si bien el relato en su conjunto resulta muy creíble, hay varios momentos un poco pasados de revoluciones (como por ejemplo el “momento destrucción”, dicho así para evitar posibles spoilers).
Quizá también se echa en falta un poco más de conexión emocional con el espectador, en alguna ocasión da la sensación de que la obra no es tan cercana como debería, de que es una historia muy bien contada pero a la que le falta algo de condimento para acabar de cautivar. Pese a ello, esto no deja de ser una cuestión subjetiva, y la realidad es que 10.000 km es, en general, una película muy humana, desgarradora y vivo retrato de la imposibilidad para muchos jóvenes de hoy en día ya no sólo de encontrar una salida profesional, sino también personal y familiar.