Puede que una de las mayores dificultades a la hora de representar un papel para los actores sea hacer una versión modificada por un autor de lo que es su trabajo. En esta ocasión, es Juliette Binoche la que integra su vida, la de una actriz de éxito con una larga carrera, en el dibujo que recrea Olivier Assayas sobre ese triunfo conocido.
Pese a que (suponemos) le será familiar esta situación, convertir el terreno conocido en una ficción versada supone un claro reto, y es aquí donde Assayas practica su arte para confundir distintas realidades en un mismo ámbito. Ya existen grandes papeles de actrices convirtiendo su obra en una derrota por el paso del tiempo, es tal vez ese tipo de drama donde lucirse es necesario, y donde la intensidad más neurasténica está permitida. Assayas no se conforma con figurar a la estrella caduca, también juega con la replicante y la estrella emergente para consolidar una historia de mujeres y teatralidad.
Es el cine en este caso el que sirve de base para enfocar el teatro como medio de vida, impulsor de relaciones y objetivo de enseñanza. El director contempla esta posibilidad: una actriz de mediana edad se enfrenta a la muerte de su autor fetiche y a un tiempo, a la obra que les unió, al proponerle un nuevo director que vuelva a esa misma obra, pero no con el papel que la dio a conocer a sus 18 años, esta vez debe representar a la mujer derrotada con la que compartía escena.
La situación convierte Viaje a Sils Maria en un estado en el que se mezcla la relación entre la actriz y su ayudante —Kristen Stewart es realmente lo mejor de la película— con el texto que deben interpretar, mezclando las palabras del guión con las que realmente se pronuncian entre estas dos mujeres. El vínculo con el teatro es continuo, ya que el ensayo se prodiga por todo este viaje a la región de Suiza donde todo gira sobre sí mismo, en un círculo vicioso que se retroalimenta a través de la naturaleza, la ficción y la actualidad.
En ocasiones la historia se pierde en momentos vacuos que no respiran al mismo ritmo que el resto. Durante la réplica de Binoche y Stewart todo funciona, aunque sea de un modo plano, pero cuando envía a las actrices a interactuar con el entorno, expresar sus sentimientos a través del lugar donde se encuentran, parece que sean pequeños añadidos que no aportan la intensidad que parece suplicar Assayas. Lo mismo ocurre con el personaje de Moretz, una visión de actriz joven y alocada que intenta vender a través de los medios, tal como ocurre cada día, pero que no deja de ser un guiño flojo y a destiempo.
Viaje a Sils Maria se mueve entre el conocimiento personal, el capricho y la industria, manejando la actualidad y el recuerdo para confirmarnos que el tiempo evoluciona para todos, dictaminando un significado para el ahora dependiendo de cuáles sean las vivencias actuales que marcan nuestras vidas. Es fácil recordar a otras obras, otros momentos del celuloide, pero la oxigenada localización de este despertar de una mujer madura que, en apariencia, tenía su vida superada, reconforta en esos tildados instantes en los que no se distingue el libreto de Maloja Snake —la obra en la que trabajan las protagonistas— y sus comentaristas. Binoche es mujer y actriz y no nos permiten olvidarlo en ningún momento, como Assayas, pese a rodar en inglés, no olvida su esencia francesa ni en los pocos silencios que nos acompañan.