La película quiere hablarnos de la actual crisis y de cómo afecta a todos. Pero para ello se apoya en dos pilares: el primero es la pérdida de valores en la sociedad europea actual, o dicho de otro, en esa otra crisis moral y ética que ha emergido gracias a la primera. En segundo lugar, aunque desea disparar alto y divagar de macroeconomía, transacciones, bancos y demás, se centra en lo más pequeño, la desintegración del núcleo familiar y la peculiar odisea que se forma por culpa de un negocio, un restaurante en un pueblo cercano de París. Es con ello que se articula el relato haciendo uno de sus mayores aciertos el hablarnos de la enormidad y complejidad del sistema capitalista usando lo más mínimo, un hombre y su sueño de abrir un negocio, y aunque las aspiraciones están ahí claramente visibles para todos, su creador se ahorra discursos y/o monólogos en plan Ken Loach.
En la primera parte de la cinta asistimos a la realización del sueño y de cómo de la nada surge un pequeño pero acogedor núcleo familiar. Pero al igual que ha demostrado ser nuestro sistema financiero, todo esto no es más que un espejismo, una ilusión que tiene fecha de caducidad por mucho que el protagonista haga oídos sordos.
Evidentemente luego tenemos la explosión de la burbuja, que arrasa con todo a su paso incluyendo el amor que pudiera haber entre esa feliz pareja y el niño. A la chica no le queda más remedio que poner tierra de por medio y largarse en busca de un lugar mejor, como sus padres, libaneses, hicieron ya tiempo atrás. Nuestro protagonista queda en suelo francés luchando por conseguir sacar a flote su negocio y de manera provisional, al cargo del hijo de ella. Es aquí donde empieza una segunda cinta, más afilada, más negra y ante todo, más interesante.
«Nosotros no robamos», le hará saber al chico un hombre convencido de sus palabras, como si fuese un cuento moral americano enfocado en los años de la depresión (Cinderella man, sin ir más lejos), en un momento que el chico roba unos zapatos de esos que llevan los chavales porque molan. Es curioso constatar cómo evoluciona la situación hasta hacer trizas lo último que le queda a ese hombre de su integridad en un acto final maravilloso, donde la crisis ética da paso a aquello de lo que hablábamos al principio, la crisis materialista.
Entretanto, asistimos al alejamiento y posterior acercamiento entre el chico y el mayor, pero contado con bastante soltura, sin hacerse pesado para lo manido de la situación mientras ellos se hunden cada vez más y más en una espiral imposible de escapar de forma digna, con trabajo o sacrificio, que es aquello que a la gente de unas cuantas generaciones nos han contado en el colegio y en la clase y hemos creído fielmente. Hasta hoy, claro.
Porque volvemos a repetir que las intenciones de la cinta están claras y se ven sin complejos, pese a que su director huye de contarnos la típica historia con moralina de eso llamado crisis capitalista, que se divide en varias crisis. Y es curioso que yo haya escrito tanto esa dichosa palabra (¡crisis!) mientras que no se menciona ni una vez en la película, aunque esté ahí, presente, acechando en cada esquina y en cada alma.
El desenlace es una huida, una patada al sistema, un nuevo final del cuento con final feliz de mierda al que hemos estado demasiado acostumbrados, el reverso tenebroso de aquella pornografía llamada En busca de la felicidad. La crisis capitalista crea la crisis moral y esta se revela contra su creadora. Y las conclusiones asustan, porque al final el cineasta nos dice que eso de juzgar a unos personajes es muy viejo, sobre todo hoy en día, y que cada cual aguanta como puede y es jodido no en su justa medida, sino como le viene en gana a otros.
El arco de evolución del personaje principal es la constatación de la muerte de todas las soflamas progresistas del viejo continente europeo. Su huida está bien descrita hasta llegar a unos momentos prodigiosos y de puro nervio, cuando la cinta se convierte casi en un thriller con una nueva huida por parte del protagonista y del niño.
Entonces se produce un bajón de adrenalina y se nos planta esa conclusión donde se crean paralelismos y donde vemos gente encerrada y gente libre y uno no sabe por qué carajo todo va así, con un final “feliz” tan irritante del que es imposible atisbar las intenciones, sobre todo si recordamos gracias a que se produce.
Pero todo ello es el alma de la obra, recubierto siempre por una drama humano donde dos personas deben hacer frente a un mundo hostil y luchan no ya por sus sueños, sino por las migajas de la pesadilla.
Que cada uno saque sus conclusiones tras el visionado. Yo lo tengo claro. Europa y lo que pudo haber significado alguna vez, ha muerto.