Lo siento pero tengo que comenzar por donde lo dejé, el ‹dejà-vú› me lo he buscado con grandes intenciones: nos situamos en Corea del Sur. Un virus acecha a la población. La familia importa. Deranged 2012. Espera no, este es el año de los saludos en clave, 2016, salimos de ver Train to Busan.
Si las epidemias cinéfilas son lo más, un extra de locura no vendrá mal, y siempre es un plus la aparición de zombies. Todos sabemos que con los años esta especie avanza en fuerza y velocidad, en algunas ocasiones en técnicas de caza (no es el caso) y siempre asumen posturas complicadas, diría incluso incómodas con las que reconocer que algo va mal. Supongo que la aparición del virus en un animal como si el renacimiento de Bambi se tratara sería solo un guiño a la inocencia del futuro enfermo, o tal vez la nuestra esperando que la locura nos emocione a lo loco.
A partir de aquí todo vale, y lo digo a partir de un guion que busca un equilibrio malsano entre la emoción y la acción. Podríamos obviar el conjunto para admirar las intenciones lacrimógenas mezcladas con algún ingenioso giro bien atado a músicas predispuestas a enfatizar los términos, es más, voy a enfocar yo lo del ingenio: es la película perfecta para que tengas que soltar comentarios chorra a cada momento. Recuerdas a Chuck Norris y lo dices. Se te ocurre un mejor método de huida y lo dices. Se caen los zombies a lo salmón remontando el río y ¿qué más puedes hacer? lo dices. Molestas a todo el mundo, pero inspiradora es por necesidad.
El caso es que tras un par de presentaciones, la del virus y el futuro héroe, todo sucede en pleno trayecto, porque siempre hemos visto avanzar a estos monstruos a pie, con prisa o arrastrándose, pero la novedad es que sepan manejarse por los interiores de un tren de alta velocidad. Yeon Sang-ho ha creado su propia franquicia zombie con dos películas que se distancian en estilo (dibus vs. ficción) pero llevan una misma dirección. La primera, Seoul Station es terreno conocido para el director, que hasta ahora siempre se ha movido en la animación. A falta de verla, diremos que todo sucede en Seúl, lugar de donde sale el tren con destino Busan en la que nos ocupa. Ahora que pienso, una niña diciendo: «quiero ir a Busan, llévame a Busan, de regalo de cumpleaños Busan» es como un aviso macabro, uno deja que los hijos decidan por la ineptitud paterna y el karma se convierte en amo y señor de la situación.
Porque a partir de aquí todo es una sucesión de lugares comunes, B viene después de A, pero antes de pronunciar la primera letra del abecedario ya sabes lo que vendrá después. Los excesos no llegan por la teatralidad zombie o por ataques viscerales (lo más incidente en este caso son mordeduras), llegan con el factor humano. Es demasiado incidente y prolongado. Puede que en un inicio fuese buscado el tema de insistir en las emociones de los que luchan por sobrevivir a 300 km/h para contrarrestar la ausencia de vida en los ojos de los otros, pero lo mucho cansa y aquí no hay momento en que dos personas tomen conciencia social o personal de la situación y debas resoplar por instinto.
Al final recuerdas que Train to Busan es un blockbuster, y como tal cumple todas las normas necesarias para pasar el rato, pero los zombies tienen que hacernos olvidar el mundo exterior, siempre fueron películas de desconexión, y con el paso del tiempo esta en particular te da tiempo para reflexionar que fuera no nos espera el fin del mundo, así que la pequeña decepción me la llevo a casa, pero los momentazos pez-zombie desbocado será lo que guarde en la memoria.
El detalle involuntario, ese salva cualquier película.