Frente a la incesante repetición por parte de la prensa acerca del bajo nivel de esta última edición de la Berlinale, esa misma prensa que coacciona la opinión pública sobre los certámenes cinematográficos asociándolos a escaparates mediáticos más que a laboratorios de ideas y tendencias, un largometraje rumano, Touch Me Not, se alza con el Oso de Oro. Como si de una chispa se tratara, ello provoca que la atención que se le venía negando o directamente el desprestigio que se le inducía a la película desde su primer pase abierto al público, lo cual generó el suficiente ruido entre los asistentes a los siguientes, se centrase entonces en la errónea decisión del jurado al haber pecado de polémico y oportunista premiando un título no exento de pretenciosidad. Interesante que ello ocurra en una edición ya de por sí controvertida al haber estado marcada por el casi unánime llamamiento de gran parte de la industria del cine alemán (y, a colación, de la industria europea) pidiendo la dimisión del actual director del festival, Dieter Kosslick, debido a su mala gestión de la programación del certamen durante los últimos años en comparación con la de otros festivales de clase A. Pero finalmente, ¿dónde radica el interés en un evento cinematográfico de este calibre? Siendo honestos, el valor otorgado por un jurado de seis profesionales seleccionados para ser la cara visible de un criterio aleatorio de calidad no implica nada más que una etiqueta extra que añadir al poster de las premiadas en su recorrido por salas.
El hecho de que la primera incursión en el largometraje de ficción por parte de una cineasta como Adina Pintilie obtenga por recompensa el máximo galardón del festival alemán (unido al de Mejor Ópera Prima) alude precisamente a lo anterior acerca del premio no como sello de garantía ni como respaldo a la continuidad del buen criterio sino como punto de partida para diversas preguntas entorno al compromiso del cine y a sus polifacéticas derivas en el futuro próximo. Touch Me Not es, tratándola individualmente, es decir como una película ajena al resto de la competición oficial berlinesa, un contenido tremendamente singular, con una forma que no termina de mutar y un fondo plural y diverso, casi podría decirse que necesario en los tiempos que corren. El largometraje comienza con el propio rostro de la directora rompiendo la cuarta pared al materializarse frente al objetivo de una cámara que fija su foco directamente en el espectador. Mediante un complejo juego de espejos, ello le permite entrevistar a distancia aunque cara a cara a una mujer de la que poco más sabemos que rechaza el contacto humano en todas sus facetas. Esta es toda una declaración de intenciones, con el primer plano de Pintilie inquiriéndonos acerca de temas como la intimidad y su relación con nuestro pasado, el afecto y la forma que tenemos de representárnoslo en nuestro imaginario. Este proceso de intencionalidad psicoanalítica volverá en repetidas ocasiones como contrapunto al relato principal, el de la mujer entrevistada, quien busca a través de la prostitución masculina y algunas terapias alternativas tanto la satisfacción de sus instintos primarios (el sexo, la necesidad de interactuar con el entorno) como nuevas vías de comprender el origen de su fobia, lo que viene a ser comprender su propio cuerpo. Al tiempo que este relato se fragua, narrado a través de ese socio-realismo centroeuropeo deudor del cine de los Dardenne unido a la sequedad y asepsia humana de las obras de Ulrich Siedl, Pintilie intercala mediante un estilo puramente documental secuencias de terapias grupales de varias personas cuyas taras físicas, en ocasiones graves minusvalías, les generan barreras a la hora de expresar y recibir el afecto en sus diversas manifestaciones.
Sería arriesgado presuponer las razones que habrían impulsado a esta cineasta a contar, con una enorme valentía, semejante hipérbole sobre nuestras lacras emociones y la forma en las expresamos. Touch Me Not es, en esencia, un ensayo muy preciso sobre el gran problema de la comunicación emocional en nuestro presente, y hay tras este estudio un enorme bloque de piedra que alberga todo aquello que su discurso quiere derribar a golpes y gritos: el puritanismo, los tabúes relacionales, la interiorización de los sentimientos, los traumas y los psicosomatismos que derivan de ellos, los estigmas acerca de lo agradable o el verdadero sentido de la intimidad… Por ello, podría decirse que hasta los comentarios despectivos sobre su estreno en el festival estaban más que justificados, ya que sería imposible tratar la dolencia sin haber antes determinado el síntoma.