Europa como baluarte de la democracia, el estado del bienestar, los derechos humanos, la justicia universal y la paz es un concepto que tan sólo hace cincuenta años sería algo inimaginable. Ahora lo damos por hecho como la aspiración de todos los ciudadanos del continente independientemente de las vicisitudes institucionales que pueda sufrir la Unión Europea o los reveses económicos que han trastocado las utópicas agendas de los líderes políticos. El renovado ascenso de la ultraderecha y el desastre humanitario de la crisis de refugiados ha dejado salir a la superficie los defectos inherentes, los vergonzosos lastres sociales que cargamos a nuestras espaldas los miembros de estas sociedades hipotéticamente más solidarias, avanzadas y tolerantes, pero también mas favorecidas. Estos principios éticos que la gran mayoría de nosotros sacralizamos con cada noticia sobre hambrunas en África que vemos en los informativos y cada informe sobre la pobreza que leemos en nuestro periódico digital de cabecera son los que cuestiona Ruben Östlund desde una elaborada visión satírica de la sociedad sueca en The Square.
El protagonista Christian es el responsable de conservación de un museo de Estocolmo que en medio de una escenificación de una agresión en la calle es víctima del robo de su teléfono móvil. Su indignación y humillación es tal que responde repartiendo un panfleto amenazador a todos los vecinos de un edificio de un barrio pobre de la ciudad. Tiene derecho a que se respete su propiedad privada y su sentido de la justicia se desarrolla al mismo nivel de interacción del delito que ha sufrido, sin pensar en las posibles consecuencias de sus actos hacia los integrantes de todo un estrato social a quien dirige su acusación como responsables del hecho. Un retrato que muestra progresivamente el patético y retorcido sentido de la justicia y la hipocresía que esconden las buenas intenciones y cuidadas formas de un individuo privilegiado que se siente superior y expresa su condescendencia sin pudor ni conocimiento. Como miembro respetado de la sociedad cree que su sentido moral es el correcto e ignora el contexto de los demás, mientras trabaja promocionando su última instalación estrella adquirida para exhibirse: The Square (el cuadrado). «Un santuario de confianza y cuidado en el que todos compartimos los mismos derechos y obligaciones». Lo que representa la reciprocidad y empatía debidas al convivir en sociedad para con nuestros semejantes. Un símbolo irónico dentro del «film» que está presente durante todo su metraje incluso cuando no aparecen en pantalla.
Östlund demuestra un cuidado tratamiento de los espacios, especialmente en el interior del edificio del museo, en el que aprovecha los detalles arquitectónicos en la composición de los planos con gran habilidad y concisión. La dimensión moral del relato abre múltiples frentes que establecen las diferentes facetas del protagonista en función siempre de los demás, de su manera de tratar y relacionarse con familia, compañeros de trabajo, desconocidos o una mujer a la que intenta llevarse a la cama. Pero también con el trasfondo de los límites del arte que establece a partir del trabajo de Christian y cuál es la responsabilidad o la función del mismo en la actualidad. Una reflexión que se eleva a la propia película y que permite justificar y proponer la representación de algunos momentos bastante perturbadores. Su gran ambición narrativa le pasa factura también, dado que su evolución parece precipitada en ciertos casos como el del personaje de la periodista interpretada por Elizabeth Moss. Un pequeño defecto dentro de una abrumadora, sutil, divertida y punzante crítica a la falta de empatía de la que somos testigos y protagonistas cada día, en cada ocasión en la que no reaccionamos ante un músico en el metro o a un sintecho que pide dinero delante de la entrada de un supermercado o duerme dentro de un cajero automático.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.