Un Cowboy sin su caballo. ¿Hay algo más triste?
Un joven, Bradly, se despierta en su casa con una profunda y terrible herida en la cabeza. Frente al espejo comienza a vestirse como un cowboy: sombrero, botas, camisa, etc, toda la parafernalia que cualquiera conoce gracias al séptimo arte. Estamos en algún lugar de Texas, donde los cowboys cabalgan en las praderas o el desierto, beben cerveza en antros de mala muerte mientras escuchan música country y se desviven por los rodeos. Es su universo. Y ahí está Bradly, la joven promesa del arte de montar a un caballo enfurecido, ídolo local, estrella en ciernes, el orgullo de la familia. Un auténtico cowboy.
Solo que ya no puede montar.
Es increíble, como la más mínima de las historias, se transforma en una de las mejores películas de la temporada. Lo que en el Hollywood más complaciente podría convertirse en una historia de superación personal, en las manos de la directora Chloé Zhao se vuelve un retrato minucioso y precioso de un chico que se pasa durante las dos horas que dura la película intentando despedirse de su antigua vida y tratando de descubrir su nuevo lugar en el mundo. Un cowboy sin caballo. ¿Y ahora qué?
Pues ahora toca revisionar la figura del cowboy, incluso esa masculinidad desfasada y herida en el mundo de hoy en día, «atacada» por unos feminismos que no tienen vistas de desaparecer. Y se hace dentro de un universo lleno de hombres, donde la figura del chico montando un caballo lo es todo. Los diálogos son magistrales, pero son las imágenes que crea Chloé Zhao las que acaban calando hondo, con Bradly cabalgando una última vez, saboreando el viento, los tiernos momentos con su hermana, las visitas al hospital para cuidar y animar a un amigo que acabó mucho peor que él, o las escenas donde solo cabe debatirse por qué futuro tomar ahora que su vida debe ser reiniciada. Pero él sólo sabe ser un cowboy…
Algo dentro de Bradly se rompe. Y no volverá. No, no es Hollywood, ni siquiera ese cine autoral dentro de la industria —me viene a la cabeza El luchador, de Darren Aronofsky— donde hay cabida para un redención o un último combate. El partido, simplemente, se ha acabado. Todos los impulsos externos, familiares y sociales le empujaban a ser un cowboy, el mejor de todos. Pero, ¿qué hace un cowboy cuando ya no tiene caballo que montar?
Recordemos el nombre de la cineasta china-americana Chloé Zhao, que con este segundo trabajo obra el milagro en imágenes transmitiendo toda la pérdida con la mayor de la dignidad, sin tremendismo, donde solo queda envolverse por una atmósfera de western crepuscular. Sí, es el fin de una época, de un modo de entender el mundo. Y no, no tiene por qué ser el final de una vida.
Narrativamente, no dejan de suceder cosas en la película, pero toda la obra se resume en aceptar lo que se deja atrás por un bien mayor, la propia familia, por muy disfuncional que esta sea.
La película está rodada con actores no profesionales, las escenas de los rodeos intentan capturar todo el realismo posible, en un mundo que nos es ajeno, pero que entendemos la adrenalina que desprende o incluso intuimos y comprendemos las maneras de actuar de todos los personajes. Un mundo lleno de hombres, donde las mujeres parecen relevadas a un segundo plano, aunque la presencia de la hermana de Bradly inunda con franca ternura el relato, donde ambos muestran un cariño fraternal que brilla por su ausencia en el resto de los personajes.
Bradly no es un machito loco ni un personaje que quiera anclarse en un pasado que sabe que no volverá. Intenta encontrar un camino, su camino, lo más acorde a su situación actual. Su personaje resulta maravilloso, alejado de cierto estereotipo de personajes que inundan la pantalla cuando se trata de hablar del chico sin estudios del sur.
Tal vez hubiera necesitado más tiempo para hablar con propiedad de The Rider y analizar con más profundidad su dirección, su fotografía, sus intenciones autorales o el maravilloso tempo en el que se recrea su directora. Solo espero que en nuestro país se pueda disfrutar dentro de unos meses de la gran experiencia que es su visionado en pantalla grande. De ese conjunto de escenas que funcionan tanto en conjunto como por separado hasta crear un todo revelador. De unos personajes descritos con pinceladas, pero poco más es necesario para sentirlos cercanos, auténticos, reales.
Espero tener la oportunidad de volver a ver a Bradly cabalgando una última vez.
Preciosa película, me emocionó.