Una mañana nos presentan a Francisca. Francisca, una niña muy bella, ascendencia portuguesa por parte de madre. Una niña que pegada a sus faldas aprende lo que ofrecen los cuerpos, lo que se ve a través de esa película gelatinosa que conforma nuestros ojos. Transparencia, y nada más.
Pero Francisca es pequeña y pronto descubre que la oscuridad también es una parte vital de la presencia del hombre en este mundo, aunque nunca haya dado muchos pasos más allá de la valla que protege la casa donde vive.
The Eyes of my Mother retrata un espejismo familiar a partir de una desestructuración de la misma palabra. En blanco y negro, como intentando reclamar la atención de los actos que se nos presentan y no de la riqueza de nuestra visión, Nicolas Pesce avanza hacia un abismo controlado con maestría. Es un trayecto sencillo, unidireccional, el que nos invita a descubrir cómo Francisca puede deformar el futuro en base a lo poco que conoce del mundo. Todo se reduce a su madre, a su padre, a seguir sus pasos, sabiendo que carece de la información necesaria para conseguir que todo siga así. En definitiva, todo se reduce a la familia.
El peso recae sobre ese personaje principal, adquiriendo importancia en cada detalle que contemplan esos pequeños apuntes de vida que aprendió a partir de su madre (de la que nosotros solo percibimos primero paciencia y luego terror en las imágenes que se nos muestran) y que adapta sin perder un ápice de esperanza sobre un estadio ordenado en el que llegar a convertirse en ella (ya sin temor ante los demás, sólo afectada por la soledad).
Pesce mantiene en todo momento un pequeño y elegante baile que nos deslumbra con su poética visión del psicópata. En esta ocasión uno circunstancial, que combina a la perfección con el drama de la persona solitaria y siempre atenta, una esponja que por curiosidad es capaz del acto más descabellado, donde el impacto se convierte en un lirismo triste, personal y precursor de conceptos erróneos, al no vislumbrar la muerte como un final, o la amistad como un respeto mutuo.
En este ambiente pesadillesco se consigue formar una historia de amor, donde la intimidad profundiza en un hogar que no conseguimos abandonar en ningún momento, un foco donde Francisca permite que las emociones nos embriaguen como un fado que reclama una intensa voz femenina.
Pesce sabe aislar a todas esas personas que se cruzan en el camino de su protagonista para convertir en algo cercano y profundo su relación con el ahora, llevándolo siempre a su terreno, demostrando la insignificancia del individuo más sobresaliente, alguien como Francisca que manipula el tiempo a su antojo desconociendo su equívoco. The Eyes of my Mother invita a cerrar los ojos a su fin para impregnarse de este continuado relato, para que la retina repita la imagen invertida de estas imágenes encadenadas. Sin sobresaltos, sin artimañas, la sencillez otorga belleza y los silencios respiran en un intento por descubrir a Francisca, que culmina su mundo desmontando nuestras teorías, consciente de su lugar en este mundo, sin necesidad de prolongar una explicación más allá de lo necesario.
Un constante dolor de cabeza aparece cuando una película plagada de sociópatas decide introducirse en tu mente para colocarse al mismo nivel que algún recuerdo familiar. No, en mi familia (que yo sepa) no hay personas que se manejen en estos términos, pero esto hace que me plantee que The Eyes of my Mother dignifica esa palabra, familia, hasta convertirla en algo que reclamar como ajeno y propio, como necesario.