«Está prohibido matar; por lo tanto, todos los asesinatos son castigados, salvo aquellos que se practican a gran escala y acompañados por el sonar de las trompetas». Esa frase de Voltaire abre uno de los grandes documentales de este festival: The Act of Killing explora la parte oscura y atroz del ser humano, obligándole a enfrentarse con sus actos, aunque estos hayan prescrito según los códigos internacionales.
Es una película sobre el recuerdo, y sobre el alma. Sobre la justicia y las cargas de cada uno. Sobre la oscuridad y la asunción. Basada en el Golpe de Estado de 1965 en Indonesia, por el que una serie de paramilitares se convirtió en una élite con poderes para tomarse la justicia con su mano, y matar a miles de presuntos comunistas. La película nos muestra a estos hombres casi medio siglo después, y se les da la oportunidad de que recreen sus actos, de que ilustren su sadismo y su crueldad. Algo a lo que, sorprendentemente, acceden encantados.
De este modo tenemos como un doble film, una especie de mezcolanza entre el cine dentro del cine y el documental. Se permitirá que estos paramilitares hagan una especie de película, en la que ellos mismos actúan, para demostrar lo que hacían, mientras son grabados durante el rodaje para ver como les va afectando esa recreación de los hechos. Casi un experimento sociológico.
No es una película agradable de ver, habida cuenta de que todo lo que se narra con la precisión de un carnicero que hace su trabajo, como torturaron y dieron muerte a miles de personas, haciendo daño con alegría y ligereza. Se trata de entender las motivaciones de estos hombres (curiosamente, la mayoría de ellos coinciden en que su gran referente para la crueldad era el cine de Hollywood, con las películas de actores como Al Pacino. Sus modelos a seguir) y se les insta a que enfrenten a sus fantasmas.
Algunos de ellos cuentan sus historias de marginación y autodeterminación, hasta conseguir hacerse un puesto haciendo daño a aquellos que le rechazaron. Otros, simplemente, parecen lejanos a toda inteligencia, se guían por instintos, como los animales. Hay incluso personajes que no sienten remordimientos, y a los que conceptos como Derechos Humanos les parecen baladíes.
Sin duda el caso más interesante, y en el que se centra la película, es el de Anwar Congo, que parece un venerable anciano y que nos va contando como quería imitar a los gangsters que veía en la gran pantalla, como solo se preocupaba por su apariencia y por poder hacer lo que quería (de hecho, en Indonesia hacen un juego de palabras por el que gángster significaría “hombre libre”) Congo, que comienza contando muy alegremente la cantidad de personas a las que dio muerte, y sus métodos, y que, aun siendo un anciano, se preocupa más por su apariencia que por sus actos. Pero, poco a poco, a medida que en su rodaje van sintiendo el papel de víctimas por el que hacían pasar a tantas personas. Las pesadillas, los problemas físicos, el arrepentimiento, la redención, comienzan a asaltarle.
El éxito de Joshua Oppenheimer radica en enfrentar a la gente con sus actos. Siempre tiene la cámara preparada para captar el alma, la frase justa para derribar las excusas simples y las barreras mentales con las que todos se consuelan. Es una película que hay que ver, pese a tener escenas desagradablemente duras, porque se utiliza el cine como medio y como fin. La misma herramienta que se utilizó para que estos asesinos se convirtieran en lo que son, sirve ahora para hacerles darse cuenta de sus errores, de sus fallos, de todo lo que han hecho mal. Un título imprescindible que dará mucho que hablar.