El joven Ari experimenta uno de los cambios más severos que puede afrontar un adolescente: mudarse de casa y de entorno, pasando de la capital islandesa a un pueblo situado en el oeste del país. En una etapa de la vida donde se define la personalidad y la manera de ser de cada individuo, dar un giro tan radical en el aspecto social y en los proyectos de futuro que uno tuviera puede llegar a ser desestabilizador. Sin haber visto a casi nadie del pueblo durante los últimos años, especialmente a un padre dado a la bebida y a la juerga, Ari tendrá que volver a definir un ya de por sí peculiar carácter.
Sparrows (Gorriones) es una de las últimas películas que nos ha dejado el cine islandés, tan en boga en lo que va de década. No en vano, esta película dirigida por Rúnar Rúnarsson (autor de Anna, Volcán y de varios cortos que ya habían gustado en los circuitos festivaleros) se alzó con la última Concha de Oro en San Sebastián, completando con Rams y Corazón gigante el tridente que el remoto país nórdico puso en liza durante el pasado 2015 y que están contribuyendo a poner a su país en el mapa para aquellos despistados que todavía no se hubieran percatado de su existencia.
En buena lógica, la peculiar atmósfera de esta nación debe ser considerada como una protagonista más en el relato. En las obras citadas ya veíamos cómo el entorno jugaba un papel importante a la hora de relatar la historia. En Sparrows, esta situación se lleva incluso más lejos, ya que los fríos campos y las densas aguas islandesas contribuyen a acentuar la desidia de Ari en su pelea por reconstruir una atropellada vida. Lo más interesante de este aspecto es que Rúnarsson no se regodea al plantear las veleidades del protagonista, sobre todo en lo que se refiere al aspecto amoroso de la cinta, dejando tras de sí la pista de un relato que oscila entre lo cruel y lo esperanzador, como la vida misma.
Así, el cineasta se decide a tocar temáticas tanto racionales como emocionales, procurando ser consecuente con el pulso que requiere el planteamiento narrativo de su obra pero tratando de alimentar el interior de sus protagonistas. Esta firmeza a la hora de rodar las desventuras de Ari con sus congéneres y la escasa conexión con su padre, dos circunstancias que se alimentan mutuamente, choca en ocasiones con una ligera sensación de hastío, no porque el argumento dé vueltas sobre sí mismo (cosa en realidad no es tal, ya que se puede palpar la evolución de los personajes de principio a fin) sino precisamente por la redundancia en señalar ciertas características emocionales que no tenían la obligación de ser recalcadas.
Por fortuna, esa circunstancia queda aplacada con un muy buen final que, además de resumir bastante bien las pretensiones de Rúnarsson, aporta la placentera sensación (o eso al menos es lo que siente el que aquí escribe) de no saber si ha sido exactamente un desenlace feliz o triste, ya que el cineasta sabe jugar con los caminos que su película había ido abriendo para conducirlos hacia un destino en el que al fin alcanzan su sentido. Sparrows puede ser una película irregular en los aspectos ya citados, pero lo que es difícil negar es que estamos ante una cinta muy cuidada en forma e intenciones ya que, amén de una puesta en escena atractiva, el islandés parece tener claro cómo encajan las piezas desde el principio y no da lugar a brechas argumentales. Un film más que interesante.