En esta casa a veces nos ponemos sentimentales con el tema del cine independiente americano y suspiramos por los noventa. Una nostalgia llena de falsedad e hipocresía, pues a parte de que la definición del cine independiente americano se caracteriza, paradójicamente, por ser harto voluble (el cine independiente es Cassavetes y nadie más, que dijo aquel) y poco concreto, ya en los 90 había corrientes que acusaban a buena parte de los directores ahora consagrados de vendidos al sistema. Entonces, ¿qué es el cine independiente?
Peter Biskind trató de hallar una definición apropiada en su magnifico libro Sexo, mentiras y Hollywood, y al final sólo pudo constatar que el cine independiente, o al menos como fue ideado y pensado a partir de cierto momento, es todo el cine que no es ‹mainstream›. Ahí queda la cosa. No. No hay una respuesta clara y concisa. Nuestro jefe Rubén siempre ha despotricado de la última cinta de Lisa Cholodenko por ser el peor cine ‹indie› (entendido como pretendidamente independiente como marca para vender, pero producto falso al fin y al cabo producido por los grandes estudios) y un servidor la considera deudora del espíritu noventero y del mejor Sundance. Todo un lío, vaya. Menos mal, que siempre nos quedará Hal Hartley. Por eso hoy toca hablar de Simple Men (1992).
En la obra encontramos a dos náufragos deambulando sin rumbo mientras van conociendo a perdedores y gente perdida como ellos, en busca siempre del amor. Pero no un amor infantil, sino un amor romántico en el sentido más estricto de la palabra. Los personajes de Hal Hartley se caracterizan por muchas cosas, entre las que no se incluye jamás la palabra «Te quiero». Es tierna, es sincera, con un surrealista sentido del humor, caracterizada por los pequeños detalles cotidianos, por las conversaciones y diálogos tan afilados como anti-naturales, subversivos, sencillos y, ante todo, a corazón abierto, evitando siempre la cursilería y la pomposidad.
Bill y Dennis McCabe son dos hermanos tan diferentes como complementarios. El primero es un atracador de bancos que en el último golpe perpetrado ha sido traicionado y abandonado por su novia. El segundo es alguien demasiado temeroso de todo lo que le rodea para que la vida le haya tratado especialmente mal. Con 20 dólares en el bolsillo, ambos hermanos se unen para descubrir los pasos del padre, recién fugado de la cárcel por poner bombas décadas atrás contra el gobierno. Mientras, se van encontrando a ellos mismos gracias a los personajes con los que Hartley va poblando el relato; ambos trastocan los planes de la gente de un pequeño y peculiar pueblo a la vez que son transformados por los particulares lugareños, donde destacan un sheriff con el corazón destrozado, un trabajador de gasolinera que se pasa el día haciendo riffs y punteos de guitarra, un ex-convicto que regresa a casa, una colegiala aprendiz de «femme fatale» y, ante todo, Kate y Elina. Como decíamos antes, todos tan perdidos como ellos, esperando ser rescatados de alguna manera. Todos tan solos como llenos de amor. Y, por supuesto, entrañables.
Con una trama sencilla, el relato se deja llevar por los personajes pasando de escena en escena casi sin darnos cuenta. Hartley siempre ha conseguido que sin objetivos fuertes o directamente visibles, sus películas avancen y fluyan de manera natural, desgranando todos los personajes poco a poco, juzgados siempre de manera cariñosa. Todos terminan por llegar al alma de alguna manera.
Con elegantes ‹travellings›, unas interpretaciones alejadas de los cánones convencionales y unos movimientos de personajes maravillosos, su director orquesta una sinfonía armoniosa entre palabras, gestos y miradas. Al fin y al cabo, para su cineasta (director, guionista, montador y compositor) la cumbre del romance no es un beso o unas bonitas palabras, sino un abrazo y una mirada. Ya sucedía en La increíble verdad (1989), Trust (1990) o en Surviving Desire (1991). De todas maneras, es sobre todo con Trust, la película más querida por los seguidores del director, con la que se empareja Simple Men, manteniendo su estilo y creciendo como cineasta.
Siendo Hal Hartley el director americano independiente más europeo, es imposible no vislumbrar la sombra de Godard a lo largo de su filmografía, pero particularmente está presente aquí, como en ese magistral número musical al sonido de Sonic Youth, la manera de cortar los planos o incluso en el ‹acting› de los actores.
Mucha gente suele tachar al cineasta de guionista experimental sin verdaderos conocimientos de dirección de actores o incluso tras la cámara. Auténtico disparate. Su estilo puede resultar sencillo y simple, pero requiere una lograda planificación que el cineasta suele resolver con planos largos, con una orquesta de bailes de personajes, donde las miradas se mueven tanto o más que los pies y todos los gestos están pensando para darle un significado, desde tirar un libro al suelo a quitarse un sombrero.
Vamos a quitarnos la máscara y a mostrar el lado de ‹fanboy› de tres al cuarto que late en mi. Simple Men es una delicia, una delicada danza de personajes que van y vienen con exquisitos diálogos alejados de lo convencional. Simple Men no es exactamente un drama, pero quedarnos en comedia sería igualmente desacertado. Simple Men es inclasificable. Es auténtico cine independiente. Es puro Hal Hartley.