Denis Villeneuve es un tipo eficiente y eficaz. Con poco te hace mucho y con mucho te hace lo que se le exige. Incendies, la obra que le catapultó a la fama, es una demostración de lo primero, mientras que sus últimos tres largometrajes demuestran lo segundo. Un director interesante, como todas sus propuestas, las cuales siempre suelen traer unos cuestionamientos ciertamente humanos y una realización sobria y muy equilibrada que tocó techo con la incómoda Prisioneros, una cinta larga pero bien medida, y un buen thriller en conjunto.
En Sicario la temática es muy diferente, pero las conclusiones son bastante similares. Si bien es cierto que el guion es inferior o, en otros términos, está peor tapado por el buen hacer de los actores, que no lo hacen mal, pero no esconden la simpleza argumental, el mal cuerpo forma parte del relato. Esto es, mucho plano aéreo, mucho viaje en avión o en helicóptero. Mucho viaje en coche. Amplias panorámicas del desierto y casas apiladas y esparcidas. Policía federal llamando la atención, problemas con la CIA y el FBI. Cuerpos colgados muertos… Bienvenidos a Juárez y sus cárteles mexicanos. Porque Villeneuve no tiene prisa, y se diría que casi todo lo bueno que él crea son cimientos. Va desarrollando la tensión en los supuestos tiempos muertos. Sabe que cualquier cosa puede ocurrir y en cualquier momento. Es cuestión de tiempo y eso nos convierte, como espectadores, en una presa fácil e inquieta. El problema llega en el momento de hacer que toda esta incertidumbre acumulada explote, que haga lo que hace la risa nerviosa en nosotros cuando estamos intranquilos.
Es ahí cuando Sicario no da todo lo que se merece. Al tratarse de una película bastante interactiva, sobre todo en su primera hora, y en la que entras siempre a base de suposiciones, lo cierto es que cada minuto crece en intensidad. Al menos hasta que todo se vuelve más convencional. Al principio todo se saborea lentamente y, a pesar de ser una cinta de intriga, da la impresión de mejorar con los segundos y futuros visionados. Sin embargo, y como ya he dejado caer, lo peor de Sicario es que las bondades de Villeneuve no ocultan la inestabilidad de un guion que no es tan inteligente como cree. Lo mejor, eso sí, es la constante de su cine: el cuestionamiento de si el fin ha de justificar los medios. Al igual que en la mencionada Prisioneros, aquí también prima el principio de impotencia, las cargas morales y las cercanías entre el bien y el mal.
Temo que, con este título, con este cartel de tres personas conocidas con sus armas bien cargadas y sus chalecos antibalas (Emily Blunt —la supuesta protagonista—, Benicio Del Toro y el pecho palomo de Josh Brolin) y con la impresión que da la mínima lectura del argumento, el resultado final le sabrá a poco a la mitad de su público, más aficionado a ver cómo funciona el otro lado de la mafia o la persecución de la misma de unos modos más viscerales. Esa gente que ha encumbrado toda obra artística que estaba rodeada de mafiosos, drogas y familias criminales —hasta aquella que emitía Intereconomía— sentirá que Sicario tiene el fusil en una mano y el olivo en la otra, pero no se decide por cuál de los dos tomar. Si el que lleva consigo un tratamiento más calmado y profundo, o el que le acercaría a la estampa moral de otras como Tropa de élite. Al final se queda a medias, aunque no de brazos cruzados.
Por cierto, qué ganas tengo ahora de jugar al Counter Strike. Aunque si Sicario fuese un videojuego, yo habría muerto en la primera escena. Pero como es una película, sólo palma un desconocido y te hace creer que esos serán los derroteros del resto del metraje, convirtiéndose al final en todo lo contrario, de nuevo una obra larga pero bien medida.