En tono de sorna, podría decirse que el cineasta austriaco Gustav Deutsch ha creado una obra que invita a la masturbación de todos los entusiastas y seguidores de la figura de Edward Hopper y la de sus cuadros. No sería mentira reconocer la fascinación del autor por el pintor que desprende el filme, pero desde luego sería quedarse en lo simple y no ver tampoco más allá de la propuesta visual que nos ofrecen.
Sí, es cierto que la historia es la recreación de hasta trece cuadros del pintor americano capturando el preciso momento de las obras pictóricas, añadiendo una entrada y una salida más o menos narrativa, o lo que es lo mismo, creando una escena. Para ello, para embriagarnos de una obra que mira la pintura como referente y como etiqueta a la que destruir por igual, se usan varias herramientas. En primer lugar la composición y los colores, su buscada teatralidad en el decorado, los movimientos de los personajes y sobre todo el encuadre, nos transporta a la pintura, pero el sonido (trabajado en postpodrucción) sirve de nexo para los dos mundos, el de la cámara y el pincel. Y luego está la narración, a cargo de las voces en off principalmente provenientes de la protagonista, una mujer a la que vamos viendo crecer desde su viaje a Europa en los años anteriores a la Gran Depresión hasta la consecución de los derechos civiles a mediados de los años 60.
Este marco temporal no es gratuito y de igual manera se vertebra por dos ideas. La primera es la más obvia, ya que ocupa buena parte de los años donde el pintor homenajeado (o mejor dicho, el pintor y sus pinturas que sirven como punto de partida para otros retos) alcanzó más fama y retrata con ahínco. El segundo viene dado porque vamos descubriendo la evolución que el cine americano y la política del país norteamericano experimenta. (Se deja deslucir una «causa-efecto» entre «cine-política» y viceversa).
Así, cada escena está precedida de una locución de un noticiero de la radio que nos pone en situación ante los acontecimientos del momento. Pasamos por la Crisis del 29, el New Deal, la Segunda Guerra Mundial, la caza de Brujas, Kennedy o el fin de la segregación racial. Es llamativo como el poder, representado en ese noticiario, cambia de vocabulario y de forma de expresarse sin tan siquiera un atisbo de vergüenza ajena. Así en un momento dado para hablar de la población negra emplea el termino despectivo y racista “niggers”, para luego llamarlos “black people”. Pero donde se descubre mayor transformación es al tratamiento del mundo del espectáculo, sobre todo al cine de Hollywood.
Es posiblemente donde finalmente se dirige la mirada del cineasta, a contemplar los cambios sociales que se produjeron en La Meca del cine americano, representados en una protagonista actriz, o aspirante a ello, progresista y soñadora, que asiste a los cambios de su mundo. En cada escena se encuentra en un momento diferente. Sí, de su vida, pero ante todo en relación con el arte. De hecho los achaques emocionales que sufre parecen tener más con dicha concepción del cine que con sus relaciones afectivas.
Con todo ello se llega a la conclusión que Shirley: Visions of Reality, es algo más que un ejercicio onanista sobre los cuadros de Edward Hopper, que no por casualidad ha sido uno de los creadores con más interacción con el mundo del séptimo arte. Es una mirada al arte, usando la pintura para hablar realmente del cine, o quien sabe si al revés, creando bellas estampas, cierto, pero también sensaciones que el espectador puede saborear con calma. Es un vistazo a la (des)evolución del cine americano (aquí ya cada cual con sus fobias y pasiones personales sobre el cine clásico o el cine contemporáneo) y del pensamiento político. Y lo volvemos a decir, estas dos cosas van de la mano en la película, como en la vida real.
Vaya, se empieza haciendo teatro para los parados por el Crack del 29 y se acaba en Francia actuando para un movimiento en favor del Vietcong después de ver como Kazan se baja los pantalones.
Tal vez, para terminar de alguna manera más o menos digna esta crítica a la que no consigo echarle el guante, la palabra que me viene a la mente para explicar la cinta es la «dualidad» e interacción que hay en el arte, la política, el cine, o la pintura.