¿Alguien que se atreva a ponerle nombre a su electrodoméstico favorito? Sí, muchos de los presentes, pero de algún modo debemos deshumanizar a todo aquello que se pueda reconocer en cierto momento como “objeto”. Si el objeto en cuestión es un robot, el único modo de deshumanizarlo es no ponerle nombre y permitir que él te recuerde constantemente que su procedencia equivale a la nada, una máquina para servir y computar, nunca irá más allá. Pero es tan blanco y tan tieeeeeeeerno…
No es momento de confundir robots con vacas, pese a que la inexpresividad de su mirada (la de uno de ellos a través de un visor, adivinen cuál) sea tan inexpresiva como atenta, pero un único robot es capaz de cambiar el curso de los acontecimientos con su sola presencia. Bienvenidos al nuevo toque universal, el que se conjuga en Robot & Frank.
En un futuro, no se sabe cuál, un tal Frank, interpretado con buen pulso por Frank Langella, vive en su caótico mundo de hombre mayor con hijos ausentes que vive solo en casa y calibra a su manera los recuerdos. Esto último viene de sus pequeños fallos de memoria, una enfermedad común, pero sus conexiones cerebrales no fallan ni un momento cuando la respuesta necesita un punto de ironía y claridad. Los coches no vuelan, las casas no cambian de forma y los árboles no son hologramas de rarezas peruanas extintas. El futuro es la excusa perfecta para colocar un robot en casa, un electrodoméstico con inteligencia artificial que debe regular la vida de Frank, bajo, cómo no, el mandato del hijo preocupado por la evolución del padre que nunca estuvo. El punto dramático debe estar ahí aunque sea como un soplo ligero de brisa.
Son los elementos fundamentales para crear una extraña pareja que debe convivir como buenamente puedan. Es todo muy gráfico pese a que su condimento principal sea verbal. Así, con un característico humor afilado, por una parte nos regalan al humano, que quiere mantener las distancias —quita bicho—, con el aparato tormentoso que corta las verduras como si fuesen a resultar apetitosas, soltando sus bufidos dialécticos; por otra el robot, que mantiene la objetividad siempre (no está computado para otra cosa) y canta con un tono neutro sus propias deducciones que se adaptan poco a poco a los deseos del humano. No sopla, pero sí consigue que sus frases estén al nivel de su opuesto.
En un intento por mantener la mente viva (que es la intención inicial, no perderse en las brumas mentales aunque sea de un modo poco ortodoxo), Frank se enamora del electrodoméstico blanco para confundirlo con un amigo y retomar sus viejas fechorías de ladrón, dejando de lado el guante blanco, ya no es necesario cuando tienes un robot rápido y servicial, bueno, y la víctima, elucubrar sobre la maldad de los que te rodean es una actividad muy intensa, y encontrar al pardillo protestón perfecto ayuda. Si hay algo que nunca se olvida, son los métodos de trabajo, lo que te convierte en esencia, ese ¿dónde? ¿cuándo? ¿cómo? y ¿por qué? que quiere compartir con su nuevo aliado.
Es así como aparece la ternura en la historia, cuando se consigue humanizar a la máquina que reconoce ser chatarra y así ganarse al personaje principal, que se ve respaldado por unos opuestos hijos (James Mardsen y Liv Tyler) con ideas distintas de lo que realmente necesita su padre, una biblioteca (con su bibliotecaria Susan Sarandon) que forma parte de la evolución de este futuro incierto que nos lleva por el camino de la necesidad de tener objetos en nuestras manos, dando más importancia al tacto que a la tecnología, y mucha comprensión por parte de todo lo que rodea a la historia, que se ablanda hasta el punto de no importar demasiado que se vean trampas emocionales, que todo quede demasiado bonito, porque no resulta lastimero ni sollozante, esta es una apuesta fresca, transparente, luminosa, todos querríamos adoptar un Robot y un Frank, todos deseamos recordar lo suficiente como para estimar los trabajos bien hechos. El paso de Robot por esta historia ata todos los cabos sueltos de una vida que tal vez algún día se marchite, pero no será durante la película. ¿El futuro? Una mera excusa para lidiar con la familia.
Las vacas están bien, pero la película es totalmente disfrutable para aquellos que gusten de las historias blancas y las esponjosas aleaciones de metal. «Sabía que tenías algún botón» es la costura que nos ofrece Jake Schreier.