La primera vez que vi actuar a Mélanie Laurent fue en Je vais bien, ne t’en fais pas (2006), película inédita en España y dirigida por Philippe Lioret. En ella la conocí con el apelativo de Lili, un nombre que por varias razones no he olvidado, aunque una de ellas y la principal es la canción U Turn (Lili), tema principal de la banda sonora original del film, que el personaje de su hermano le dedica en el mismo y que interpretaba el dúo francés Aaron. A pesar de que desde entonces seguí su carrera con interés, no fue hasta su primera incursión musical en 2011 —En t’attendant— que atrajo definitivamente mi atención. Su belleza imperfecta y única, llena de carácter y personalidad, se unía entonces a una voz plena de sensibilidad y acento francés —que en la música viene a ser lo mismo—. Tras estos dos acercamientos, diría que fui seducido por su talento e inteligencia interpretativos tanto como por su mirada. Hoy, sin embargo, creo que me ha superado y desarmado; Mélanie Laurent también dirige, Respira (2014) es su segundo largometraje y el flechazo, tras los títulos de crédito, ahora se siente permanente. ¡Qué sencilla parece la desnudez!
Respira traza un camino y sus planteamientos son claros. Dependencia, desequilibrio e inmadurez emocional. Gente, en apariencia vacía, que nos llena. Nos atrae su mundo, la energía que transmiten, el entendimiento mutuo, la complicidad. A veces, sin darnos cuenta, estas personas no son sino un reflejo de lo que significamos nosotros a su vez para otras personas. En esta película, asistimos al nacimiento y evolución de una relación protagonizada por dos chicas de 17 años, personificadas por las actrices Josephine Japy y la femme fatale Lou De Laage.
Al comienzo de la cinta, los personajes no se presentan, se van conociendo a través de las distintas capas que conforman su personalidad, a medida que avanza la película. Las evoluciones, los cambios, la psicología, son mostradas en una suerte de directo para nosotros, somos parte. Destaca, en este sentido, la naturalidad de las actrices, perfectas en sus respectivos papeles. Naturalidad interpretativa, por cierto, que explicaría por ejemplo por qué el doblaje —en ocasiones— es completamente innecesario.
Quizá influenciada por su trabajo bajo las órdenes de otros realizadores, la actriz, cantante y aquí directora Mélanie Laurent, demuestra en cada plano una destreza visual pocas veces vista en alguien de su edad —31 años— y sin necesidad de grandes alardes técnicos. Destaca el plano secuencia que sigue a la actriz Lou de Laâge en su trayecto a casa y que termina siendo un travelling. Una narración llena de virtudes, magnética, de un encanto pocas veces visto, veraz y espontánea. El relato emerge de la profundidad y los silencios hacia altas cotas de cine.
A veces, cuando se habla de algunas películas, se suele decir que éstas respiran vida. Respira la absorbe de golpe, se llena de ella y la expulsa de forma constante, exhalando ráfagas más enérgicas en determinados momentos del metraje, como lo haría un enfermo de asma en pleno ataque. Respira es vida y sentimiento, pasión, contenida en algunos casos, liberada en otros. Pocas veces fondo y forma han explotado de forma tan sincronizada las virtudes y defectos de lo juvenil y de las relaciones forjadas durante esta etapa. Su gran defecto, por decirlo de alguna forma, es el de haber nacido eclipsada por la alargada sombra de La vida de Adèle (2013). Es difícil no acordarse y compararla con aquella al principio, porque si algo queda claro viendo ambas, además, es que el azul es el color más cálido, realizándose aquí un perfecto uso de los colores y de una más que notable fotografía.
Respira es emocionante, emocional, personal y cercana. Un estudio de las relaciones humanas, siempre en busca de contacto. Plantea cuestiones e incertidumbres, ¿somos, en el fondo, como nuestros padres?, ¿cuando llega el momento de experimentar sus mismas vivencias, hemos aprendido algo de sus errores? ¿La pasión nos hace más libres o monopoliza nuestro ser hasta convertirse en obsesión? ¿Por qué siempre perdonamos? Porque siempre perdonamos, ¿no? Pero algo siempre queda en el recuerdo.
Castillos de arena efímeros. Humo que sale de los cigarrillos. La brisa. Una noche más, fragilidad. El borde de la cama. La amistad. Tú y yo. Baños públicos. Nuits fauves. Los días dedicados sólo a ella. Serotonina. Planes de verano. El agua bajo tus pies. Giros del destino suspendidos en tus manos. En su aliento…