Si se echa un vistazo a la trayectoria seguida por los dos directores que cofundaron el Studio Ghibli, no es difícil entender la gran descompensación que sufre Isao Takahata respecto de Hayao Miyazaki para el público occidental. Aunque el nombre de Takahata está ligado a series populares de corte europeísta de los años 70 (Heidi, Marco, Ana de las Tejas Verdes), su actividad en Ghibli se ha visto marcada por una tendencia mayoritaria a explorar las sensibilidades japonesas, haciendo sus obras por lo general más difíciles de vender en el mercado internacional que un Miyazaki que ha seguido mostrando sus influencias europeas y realizado por lo general narraciones menos localistas.
Si a esta circunstancia se le une la incómoda etiqueta de animación para adultos, tenemos el rocambolesco caso de Recuerdos del ayer. Estrenada en 1991 y logrando liderar las ventas domésticas de ese año en Japón, ha permanecido sin embargo inaccesible durante largo tiempo fuera de ese país, llegando por ejemplo a Europa casi 15 años después. Y es que ésta es sencillamente una película difícil de exportar.
Centrada en la experiencia personal de Taeko, una joven de 27 años que durante unas vacaciones en el campo se ve invadida por recuerdos de su infancia, Recuerdos del ayer es una sutil y compleja historia que prescinde de construir un clímax narrativo, en favor de una representación de su protagonista que refleja el carácter equívoco e impredecible del importante proceso que sufre. Aunque manteniendo una cierta continuidad narrativa en la descripción de su viaje, las experiencias de su infancia se narran mediante recuentos breves, en parte motivados por su estado de ánimo, pero en todo caso esporádicos y carentes de linealidad.
Es mediante esos recuerdos como se nos muestra una imagen de Taeko distinta, una niña que apunta alto en sus ilusiones y que incluso, como llegamos a saber más adelante, pudo haber llegado a ser una actriz profesional. Y es así además como llegamos a la conclusión de que Taeko es un personaje que oculta su insatisfacción y vacío existencial bajo una capa de prejuicios, tradiciones y expectativas. Ese conflicto entre la forma en que realmente desearía conducir su vida y lo que ha terminado haciendo de acuerdo con su educación y lo que se espera de ella, se convierte en la razón de ser de este filme. Hay, sin ir más lejos, un tono de amargada y contrariada sinceridad cuando habla de aquella niña de su clase que aprobaba siempre en matemáticas, porque hacía lo que le decían.
Movido por la intención de mostrar las contradicciones morales de su protagonista en su proceso de crecimiento y realización personal, Takahata crea una obra que encuentra su mayor cualidad en una ausencia casi absoluta de artificios. Si bien la inclusión de referencias a iconos de la cultura popular en Japón aporta toques ligeramente surrealistas a la narración, en su mayor parte ésta se caracteriza por la sobriedad. Y si hay una faceta en especial que haga destacar este aspecto de la película, es la naturalidad de los diálogos. Conversaciones sencillas, divagaciones espontáneas e incoherentes y gestos que en ocasiones dicen mucho más que las palabras. No solamente Taeko sino su familia, el torpe y entusiasta Toshio, sus amigas de infancia y demás personajes que actúan como factores de la trama se benefician de este tratamiento de los diálogos desgraciadamente poco común en el panorama del anime.
Si el guión trata de evitar los artificios a toda costa, la animación no podía ser menos. Exceptuando la idealizada representación de los recuerdos en fondos difuminados, la película aboga por un realismo en los paisajes, descripciones y gestos que es como poco impresionante, y que, aunque en parte da lugar a representaciones artísticas algo polémicas (los pómulos que parecen envejecer a Taeko), permite conocer a los personajes y los escenarios de forma más inmediata. Especial atención merece la recreación minuciosa del trabajo en el campo, que Taeko narra con entusiasmo y de esa forma se nos muestra en la pantalla.
Llegado a este punto no queda más remedio que considerar un posible debate que no comparto pero sí comprendo y me parece lícito. ¿Está justificado desde el punto de vista artístico que Recuerdos del ayer se presente como una obra de animación? Si consideramos éste como un medio destinado a potenciar sus recursos estilísticos, lo que hay en esta película es esporádico. Es tal su perspectiva naturalista que no es en absoluto difícil imaginarla rodada con actores. Asimismo, en su temática es como poco insólita, un drama realista de madurez carente de los elementos que suelen tratarse en el anime. Es de hecho más inmediato compararla, por sus temas y narración, con el drama cotidiano clásico de Ozu que con sus contemporáneas animadas. Sin embargo, soy de la opinión de que el mero contraste estético que ofrece la animación respecto a la imagen real justifica por sí solo esta decisión. En cualquier caso, esta pequeña consideración no debería suponer ningún obstáculo para disfrutar de una experiencia tan estimulante como la que ofrece este maravilloso filme de Takahata, en el que a través de la insatisfacción de su protagonista se mete el dedo en la llaga para criticar el conformismo social fruto de las tradiciones.