Poligamy (Dénes Orosz)

Poligamy

¿Imaginan despertar un día y encontrar a su lado a una persona que no es su pareja? Pues eso sucede en Poligamy, una simpática e inofensiva comedia romántica que toma como principales referentes títulos de curiosa similitud argumental que nos ponen tras la pista Atrapado en el tiempo o 50 primeras citas, pero dotando al conjunto de una patente ligereza que queda dilucidada tanto en los recursos cómicos empleados por Orosz como en el desarrollo de un guión no excesivamente complejo que, consciente de sus limitaciones, pasa de puntillas sobre algunos temas prefiriendo encontrar en la simpatía que revelan los personajes su mayor arma.

Guionista, recién mudado y con un niño en ciernes, András entrará en una situación cíclica cuando, precisamente el día después de que su novia le diga que se ha quedado embarazada, se levante cada día con una mujer distinta… que, en el fondo, no deja de ser su novia: Lila. O ese es el modo en que actúan, como si András formase parte de un pasado (o, más bien, futuro) irreconocible para él, ante el que se debatirá en pesquisas y conclusiones con su amigo Kornél. El arquetipo de completo perdedor, que es el que representa precisamente su socio, funciona como válvula de escape que no encuentra en una psicóloga que ve en András una persona perfectamente equilibrada, sin ningún trauma aparente; cosa que él niega, claro, esgrimiendo ser guionista.

Esa profesión, la de guionista, sirve a Orosz para desarrollar otro universo, y es que el húngaro aprovecha ese rol para introducir leves apuntes entorno al mismo, incluso aprovechando el marco y rodando alguna que otra curiosa y lograda secuencia insinuando una ficción que en ningún momento se llega a romper, gracias en especial al talento del cineasta para generar situaciones ágiles que no rompan nunca la dinámica y tono de Poligamy.

Poligamy

La sencillez de ese guión, no rehuye proponer algunos temas realmente interesantes, como lo liviano de ese amor que parece desvanecerse ante situaciones de mayor presión, pero luego se desea (re)encontrar a toda costa ante un presente que, incluso reconocido como idílico por el propio András (y es que, cada chica que deja paso a la siguiente, lo hace no sin antes encamarse con el protagonista), se antoja ciertamente tortuoso por la incerteza de una situación cuyo peor mal no es el de no encontrar final, sino más bien de haber perdido esa seguridad y complicidad.

Una seguridad que si encuentra Orosz en las referencias que maneja y desvela a lo largo del metraje, que van más allá de lo meramente argumental, e incluso dejan estampas (ese banco bajo el puente) conocidas que muestran en todo momento la perspectiva de un cineasta que sabe a que se enfrenta y, ante todo, como afrontar un género que se puede volverse en tu propia contra. Ello sucede, claro, si las situaciones y diálogos manejados se manejan con una vaguedad con la que el espectador no se topa en Poligamy en ningún momento.

Porque, guste o no, Poligamy es consciente tanto de sus defectos y de sus limitaciones, y es quizá ese el motivo por el cual no se acrecentan. Puede que en ese sentido Orosz peque de conformista, pero bien es cierto que ello le vale para no incurrir dos veces en el mismo gag, para dotar de una honestidad a la propuesta tan inocente como entrañable y, en especial, para lograr que una asignatura pendiente para muchos como es la comedia romántica resulte más fácil, dulce y sencillo que nunca, por mucho que la premisa inicial nos lleve a terrenos que ni siquiera es necesario explorar para que el trayecto resulte, como mínimo, agradable.

Poligamy

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