La sombra de Lucrecia Martel, por cierto con monográfico dedicado en la anterior edición de L’Alternativa, es alargada. Sin duda Paula es deudora del estilo y de los referentes temáticos de la directora argentina. Su posicionamiento formal, su tratamiento de los silencios, contextos y mensajes nos remite directamente a ella. ¿Significa esto que estamos ante una obra exenta de personalidad? En absoluto, Paula consigue aunar la referencia con el sello personal, con la capacidad de tener cosas importantes que decir bajo un prisma propio e irrenunciable, lo que no es asunto baladí si tenemos en cuenta que estamos ante la ópera prima de su director Eugenio Canevari.
Paula transcurre en una burbuja, una especie de no lugar que, aun sabiendo que es Argentina, es paradójicamente universal. Su no ubicación permite ampliar el foco de lo narrado. No se trata de una situación en un lugar y un momento (solamente) sino una traslación global de un conflicto social, de diferencias de clase, que late vehementemente por más que esté soterrado bajo la apariencia de cotidianidad, del aburrimiento incluso.
Haciendo especial hincapié en la atmósfera y en el tratamiento de unos cuerpos siempre dando la sensación de estar bajo enorme presión, Paula se desarrolla morosamente, tejiendo un desarrollo de temporalidad densa, como si el tiempo y el espacio fueran tan sumamente lentos como irreales. No hay espacio para el respiro y si en cambio para mostrar un mini universo donde la crueldad (insistimos, en forma de normalidad) está a la orden del día. Una vejación siempre de arriba abajo, del quien tiene el poder ya sea burocrático, económico o sexual (aunque en el fondo son el mismo) para someter abusivamente al doliente, al empleado, al que tiene que callar.
Y es que lo silencios son parte fundamental de la película al transmitir en forma de quejido mudo, de lamento silente, todo lo irreversible, todo lo perjudicial, todo lo que suponga el abuso sobre una persona. Todo ello contratando con las (escasas y parcas) palabras utilizadas. Siempre en boca del dominante, siempre en forma de orden, siempre tajantes. No hay amabilidad o solidaridad en el mundo de Paula, más bien sordidez y miradas resignadas ante la imposibilidad de escape.
Lo más terrorífico, sin embargo, no está en la falta de empatía o misericordia, sino en el modo que nos es mostrada, o mejor dicho, como se huye de su explicitación a través de continuas elipsis o fueras de campo. No se trata de huir de imágenes potencialmente violentas, sino de dejar claro que dicha violencia existe a nuestro alrededor, de forma continuada y cotidiana. Que está en las órdenes, en los pequeños gestos, en las dejaciones de lesa humanidad del día a día.
Por ello Paula se revela como un film de fuerte carga social que se aleja de los dictados mitineros tan al uso en esta clase de género cambiando el habitual tono discursivo por la sugerencia elidida y el maniqueísmo de carácter un tanto infantil, por una exposición de los resortes del poder que se disfrazan bajo rutinas, nimiedades y lenguaje. Un film que, aun pudiendo ser considerado drama se aproxima por momentos al terror psicológico, ya que solo hay una cosa más horrenda que lo se oculta ante nuestros ojos: saber que efectivamente está allí y no hay manera humana de combatirlo.