«Ojos abiertos no son todo vigilia ni toda la vigilia. A cosas de nuestra alma vigilia llama sueños. Pero hay de ésta también un despertar que la hace ensueño: la crítica del yo, la Mística. Vigilia, no lo eres todo. Hay lo más despierto que tú: la mística. Y ensueños entre párpados recogidos.»
Del fragmento extraído del poema No toda es vigilia la de los ojos abiertos del poeta argentino Macedonio Fernández acudimos a la película hecha documental cuyo título se basa en ello, pues más allá del estado consciente de estar despiertos existen otros estados que pertenecen a nuestro yo. No todo es vigilia está dirigida por Hermes Paralluelo (Yatasto, 2011). En un cálido abrazo cinematográfico, el director pone frente a la cámara a sus dos abuelos, Felisa y Antonio, los cuales viven el día a día como la naturaleza y el paso del tiempo les permite continuar. No se trata de una historia nueva, pero sí muy reveladora. Todos aquellos que hayamos tenido la suerte de compartir tiempo y vivencias con nuestros abuelos sabemos lo duro que es para ellos comprobar en sus propias carnes que uno mismo ya no es válido de la forma en que lo fue antaño. Actitudes tan mundanas como ponerse un zapato o simplemente andar de una habitación a otra por la casa se antojan un obstáculo.
Sin embargo, Paralluelo va más allá del mero hecho de contarnos el día a día de sus antecesores. No cuenta con un guión extenso en el que explicar el argumento, tampoco es enrevesado, simplemente con las actitudes de los dos protagonistas y diálogos, que tratan más sobre un pasado lejano, se nos muestra la historia de un matrimonio que ha estado, prácticamente toda la vida, unido. El hecho de envejecer supone una carga considerable en la persona y, con ello, hay que ir asumiendo el paso del tiempo y las limitaciones, así como la muerte. Hay que hacer de tripas corazón.
Existen dos claras partes en la película. En la primera, la pareja pasa el tiempo en un hospital, ese lugar con ascensores grandes, iluminación baja, pasillos laberínticos y salas de espera abarrotadas. Se expone perfectamente, a través de una iluminación y un enfoque de cámara estudiado al milímetro, la soledad del ser humano. Antonio experimentará los procesos que le corresponden como paciente, a la vez que Felisa deambulará, con andador agarrado con ambas manos, por los eternos pasillos intentando seguir, casi de manera inconsciente, la estela que deja la camilla de su marido. Aspectos muy visuales y secuencias largas con cámara fija proyectan el interior de este hospital ocupado por unos especialistas médicos a los que no se les terminará de ver el rostro, fruto de un acto de querer deshumanizarlos y centrar la atención en los dos ancianos. La segunda parte ocurre en la casa de ambos. Pasos lentos, ronquidos, problemas con el despertador —el cual tomará por momentos el papel de enemigo de Felisa, dejándola en vigilia por las noches— serán los protagonistas entre esas cuatro paredes. No obstante, es la necesidad de ayudarse mutuamente lo que complementará a la pareja, no queriendo reconocer la poca autonomía que tienen.
Cabe destacar la iluminación, pues es perfecta para disfrutar en la soledad y oscuridad que un cine brinda al espectador, ya que construye unos planos que dejan claro la dificultad que tiene poder hacer escenas así. El sonido no queda relegado a un segundo puesto, es necesario escuchar cada pisada, cada llamada de Felisa a su marido, cada sonido estridente producido por el interruptor de emergencia que la protagonista tiene al lado de su cama y que llena toda la sala.
No todo es vigilia es una historia de amor verdadera, sin florituras ni arrumacos, pues simplemente con ver el rostro de las dos personas, así como los silencios y las palabras de recuerdo y cariño que se profesan el uno al otro, comparándolos con la última imagen final, te das cuenta del poco sentido que tiene la vida en sí misma pero como el ser humano sabe apañárselas para conseguir atribuirle un objetivo y una finalidad, y es que el amor está por encima de todo.