Paula vive en la antigua casa de sus padres con su pareja Malena. Se trata de una casa amplia y emplazada en medio del campo, sin que se aviste signo alguno de civilización en sus alrededores. Un remanso de paz que invita a la relajación, pero también a manifestar conductas poco cercanas a lo racional. Algo así sucede cuando Paula recibe una llamada del geriátrico informándole de que su madre acaba de escaparse del centro. Curiosamente, a partir de esa llamada y coincidiendo con que Malena se va a trabajar, Paula comenzará a vivir un episodio en el que pasado y presente se entrelazarán de manera casi surrealista: cree que su madre está dentro de la casa. Así lo demuestran ciertas voces y recuerdos que cree escuchar entre los pasillos y las salas del hogar. Sin embargo, por más que recorre los rincones del domicilio, Paula es incapaz de avistar a su progenitora.
No quiero perderte nunca es el título del segundo largometraje que firma Alejo Levis, cineasta barcelonés que ha trabajado intensamente para TV, publicidad e incluso videoclips musicales. Su anterior film, Todo parecía perfecto, versaba sobre una curiosa historia onírica entre un hombre y una mujer donde las relaciones personales confluían con una cierta dispersión entre realidad y ficción. Algo parecido a lo que sucede en No quiero perderte nunca, donde desde el otro lado de la pantalla muchas veces no sabemos lo que ha ocurrido con Paula y sus padres, si realmente su madre ha escapado del psicólogo o es solo una representación que ella se ha hecho de la realidad, incluso si Malena está contribuyendo a elaborar esa historia para calmar la turbada psique de su compañera sentimental. Levis realiza un trabajo que, como comprobará cualquiera que se acerque a la obra, da pie a ser interpretado de varias maneras, una circunstancia que muchas veces se interpreta como generadora de confusión pero que aquí el cineasta sabe conducir por la buena vía.
Una de las principales señas de identidad de No quiero perderte nunca es la representación visceral que se realiza del trance por el que está pasando Paula. No hay un momento de respiro, así como tampoco hay hueco para adentrarse en explicaciones que nos permitan bajar al terreno de lo real. Levis prefiere concatenar escenas de gran fuerza emocional en los que la protagonista, bien interpretada por la actriz María Ribera, se enfrenta a un intenso duelo interior en el que debe encarar sus miedos y heridas que todavía no han cicatrizado. Estas secuencias que exhiben una gran carga psicológica, que se acentúa con un buen uso de la música diegética, son quizá lo mejor de la cinta.
La antítesis de las mencionadas escenas, que bien pudieran formar parte de un film cercano al drama psicológico, llega en aquellos momentos donde la película prefiere adentrarse en los terrenos del silencio. Es entonces cuando No quiere perderte nunca muestra su lado más tibio, al no terminar de conjugar esos hechos pasados que atenazan a Paula con la realidad actual en la que vive atrapada la mujer. Sin querer entrar en comparaciones, el film se asemeja entonces a un A Ghost Story de marca blanca, añadiendo algún pequeño efectismo a la receta. La diferencia estriba en que el film de Lowery sí poseía una importante carga emotiva que en la obra de Levis se transforma en frialdad, lo cual contrasta con la mencionada intensidad que exhibe en los pasajes más cercanos a lo irracional, cuando los gritos, los cambios de escenario y el rostro de las protagonistas consiguen activar los resortes de un trabajo cinematográfico que finalmente no apunta tan alto como en un principio parecía.