Nasty Baby es una película de apariencias. Apariencia de película indie, apariencia de intrascendencia, apariencia de cierto hipsterismo neoyorkino. Y si es tan aparente es porque Sebastián Silva, su director, juega precisamente a reproducir ciertos modelos del indie urbano americano. La imitación bascula en ese aire de comedia algo superficial, de personajes intrascendentes cuyos problemas personales parecen grandes dramas cotidianos y no pasan de dramitas de gente acomodada del mal llamado primer mundo.
Precisamente este es el filón, el resquicio por donde Silva entra para, precisamente criticar este estado de las cosas y, ya de paso, explorar hasta donde puede llevar tanta inanidad pequeño-burguesa. Para ello el film se centra en personajes que podríamos calificar de pertenecientes a “minorías alternativas”. Mujeres solteras deseosas de ser madres, parejas interraciales gays de vida artística y, en general un aire de progresismo snob que lo inunda todo.
Un mundo aparentemente idílico y despreocupado solo roto por la aparición de un elemento desestabilizador en forma de indigente molesto. Un personaje clave en tanto que se erige en epicentro y desencadenante de las acciones del resto. En el fondo Bishop, nombre del personaje, actúa como desenmascarador de la hipocresía y la banalidad de sus vecinos. Sus acciones desequilibradas acaban por revelar la verdadera naturaleza del buenismo progresista y hacer patente la bestia que llevamos todos dentro.
Entendámonos, no es que Sebastián Silva firme una película reaccionaria, sino que, a través de la parodia de un modelo pretende desmontar la arcadia idílica, el escaparate de buenas intenciones que parece ser la vida de los protagonistas. Nada se salva de la quema, desde la metacrítica del cine independiente reflejado en las formas del film, pasando por las neurosis de baratillo, hasta la sorna descarada hacia el artisteo ridículo de las galerías de arte. Todo se pone en cuestión y se somete a juicio descarnado.
Y la gran virtud que atesora el film es que todo ello se hace precisamente desde una posición de cierta banalidad, de película en la que “no pasa nada”. Reflejo de ello son los precisos títulos de crédito al respecto donde se observa cómo, tras los terribles actos acaecidos en el último tramo de la cinta, los protagonistas “reaccionan” yendo a una roller disco, bailando, impasibles y despreocupados totalmente ante lo sucedido. Lo mejor de ello es que Nasty Baby es un film que funciona a posteriori, que obliga de alguna manera a reflexionar sobre esa nada que aparentemente hemos visto y que en realidad no es tal.
Sí, Nasty Baby es posiblemente uno de los films más despiadados, ácidos e inteligentes realizados en cuanto a disección de un estado de una parte de la sociedad. Un film que no tiene problema en poner sobre la mesa la deshumanización, el egoísmo y la superficialidad que poco a poco van ganando terreno no solo en cuanto a cantidad sino como ejemplo a seguir de lo que serían buenas costumbres, civilización. Una película pues que no deja de pertenecer al género de la denuncia social pero lejano en las formas clásicas que suelen usar para ello. Película que resulta pues lateral, como esa mirada de soslayo cuando sabes que algo va mal pero no hay valor para afrontarlo cara a cara.