Preciosos objetos de otros tiempos están encerrados en grandes edificios donde se conservan con afán de divulgar el conocimiento de nuestro pasado. Allí están las pistas de lo que fuimos, una memoria que nos sirve para comprender qué somos ahora. Cuando se pierde el contacto con la tradición y el legado de los antepasados, cuando la historia se desprecia como el relato de otros con los que no tenemos nada en común, la identidad de uno mismo y de la sociedad en su conjunto se desvanece. Fruto de la desorientación de los tiempos, dos estudiantes robaron en la Nochebuena de 1985 ciento cuarenta piezas del Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México. Todo un golpe a la dignidad y el orgullo nacional que se creía perpetrado en principio por una banda de profesionales. Alonso Ruizpalacios crea a partir de los delirantes e insólitos hechos un particular retrato de sus protagonistas que transita entre distintos géneros y desafía las expectativas y la razón misma. Museo trata de entender sin juzgar al ideólogo de un plan casi perfecto —cuyas motivaciones son desconocidas—, alejándose de realizar cualquier juicio moral sobre él.
El personaje de Gael García Bernal intenta tocar una y otra vez las reliquias que se catalogan pese a que sabe que no esté permitido. Necesita intensamente crear una conexión con sus antepasados. Una conexión que es incapaz de percibir. Juan piensa que nadie puede saber por qué todos esas figuras de la historia hicieron lo que hicieron. Y aunque lo contaran, nunca se podría estar seguro de que esos son sus auténticos motivos. Todo un plan minucioso y concienzudamente organizado, ejecutado como si se tratara de una antiescena de Ocean’s Eleven (Steven Soderbergh, 2001) —o cualquier otro ‹heist film› de ladrones listos que saben más que el propio espectador— sirve de punto de partida a la película. Pero la personalidad de Juan y Wilson está completamente alejada del arquetipo de aquellas y aunque en algún momento parezca que saben lo que hacen, la falta de experiencia y contacto real con el mundo del crimen y del tráfico de objetos arqueológicos les frustra sistemáticamente los intentos de obtener su esperada fortuna. De la ‹heist film› a la ‹road movie› y al ‹noir›, Ruizpalacios sigue integrando elementos hasta lo metanarrativo y la autoparodia saliéndose de la propia pantalla y dejando ver cómo funciona el cine. Porque ¿no es el cine la gran manifestación artística mediante la que mantenemos desde el siglo XX nuestro mayor contacto con una identidad cultural global y local?
La alienación, la insatisfacción, la falta de objetivos en la vida, el dinero… nada parece justificar el robo mientras vemos a Juan criticando la apropiación por parte de potencias y museos extranjeros de las riquezas de todo tipo de su país y de muchos otros. Todo ello según mantiene su bolsa con piezas robadas por él mismo, incapaz de entender la hipocresía de su dogmático discurso. Museo presenta de fondo la herencia envenenada del colonialismo, la falta de autocrítica al respecto y cómo el interés por un tesoro compartido se gana muchas veces únicamente cuando se nos es arrebatado. La voz en off sirve como añadido reflexivo extra de una cinta que ya busca cuestionar las acciones de los personajes, porque entiende que la psicología de su protagonista (de nosotros) es el mayor enigma de todos. Esa imposibilidad de explicar por qué nos comportamos tal como lo hacemos —qué razones propias tenemos y cuáles damos— se configura como la esencia de la película. Y sus respuestas son indescifrables y ambiguas, como la procedencia y el sentido de muchos de esos objetos que permanecen enterrados a plena luz en un museo, fuera de nuestro alcance, lejos de cualquier contacto posible, observables a través únicamente de un cristal, como un espectro ancestral de nuestro mundo.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.