Los Monasterios de Meteora suponen una de las visitas obligadas para cualquiera que vaya a hacer turismo a Grecia. Clasificados como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, estos seis monasterios se alzan en seis respectivas cumbres rocosas, lo que les confiere una sensación de autoridad muy próxima a los destellos divinos que de su carácter se desprenden. Basta ver cualquier foto de la zona para comprobar que es una auténtica delicia para la vista.
Dejando de lado estas consideraciones más dignas del canal Viajar, no estaríamos hablando de la región de no ser porque el director greco-colombiano Spiros Stathoulopoulos (nada menos) ha filmado ahí una película. Adoptando el propio nombre del lugar, es decir, Metéora, lo que Spiros nos cuenta en la película es la relación de un monje ortodoxo con una monja ortodoxa. Este es el momento en el que hay que aclarar que de los seis monasterios de la zona, uno está habitado por mujeres, por lo que es fácil adivinar dónde conducen los pasos de esta obra.
Lo que se representa en la película es una historia de amor y deseo imposibles entre los dos personajes. Ambos se comunican haciéndose señas con la luz solar de ventana a ventana desde sus habitaciones. Los monasterios están situados a una distancia considerable, y entre ambos media un abismo de cuantiosa profundidad. Aquí tenemos la primera característica de Metéora como es la multitud de simbolismos que utiliza al tiempo que da rienda suelta a su argumento. Ya sabemos de antemano que la relación entre ese hombre y esa mujer está considerada pecado, pero resulta difícil anticiparse a cómo se solucionará con el paso de los minutos.
También destaca el uso que Spiros hace de la animación para describir una serie de reflexiones de ambos protagonistas, cosa que evidentemente sería difícil de representar fuera de estas técnicas (imposible sin aumentar drásticamente el presupuesto, desde luego). Así que a priori, sin ver la película, podríamos tildar de muy acertada esta característica, pero cuando nos situamos delante de la pantalla y vemos que las imágenes efectivamente tienen sentido y ayudan sobremanera a llevar de la mano el desarrollo de la trama, ya se puede afirmar con pocas dudas de que estas escenas suponen la parte más rica del filme.
Analizando todo en su conjunto hay que poner de relieve, eso sí, que Metéora es una película complicada de seguir fuera de la historia que existe entre ambos protagonistas, que la carga de simbolismo que se va ofreciendo mientras se desarrolla este nudo argumental resulta difícil de comprender en un único visionado. Es la típica película que a buen seguro gana bastante al verla sucesivas veces. La duración ayuda a ello, porque son sólo 82 minutos que se pasan volando. Quizá demasiado, ya que al final da la sensación de que el desenlace es un tanto repentino.
El aspecto visual quizá no sea todo lo redondo que debiera, teniendo en cuenta la belleza de la zona. Se nota que Spiros ha preferido centrarse más en el tema que quería contar en vez de rodar una especie de programa turístico. Y eso que hay alguna toma bastante bella rodeada de un silencio inspirador, pero no llega a las cotas que este paisaje quizá merecía.
Así, hay que estar bien predispuestos para ponerse a ver Metéora. Una película muy atípica, filmada con un estilo casi documental, donde la religión no es la excusa para relatar una situación sino que es la esencia misma de la obra, en la que resulta tarea casi imposible enterarse de la misa a la mitad si la visionamos desde una perspectiva que no sea la de tratar de desenterrar todo lo que trasluce en vez de centrarnos únicamente en la crónica amorosa de dos individuos que se debaten entre obtener el placer del espíritu y el del cuerpo, cosa que, por otro lado, tampoco peca de falta de interés.