A estas alturas parece que queda poco por descubrir de Cate Blanchett. Después de tres décadas dedicadas al mundo de la interpretación (y que sean muchas más), la actriz australiana nos ha dejado en la pantalla una gran variedad de registros, muchos de los cuales han sido aplaudidos por espectadores, críticos y académicos. Siempre queda, empero, un resquicio para la sorpresa. Y esta vez Blanchett nos lo ofrece en Manifesto, una curiosa obra dirigida y escrita por el videoartista alemán Julian Rosefeldt que cosechó hace pocos días tres premios Lola del cine alemán.
En esta especie de película, que parece más una compilación de vídeos dirigida a exhibirse sin pausa y a través de múltiples pantallas en la sala de algún museo de arte moderno, Blanchett caracteriza a 12 personajes de diverso carácter, incluyendo una reportera, una ama de casa, una directora de ballet o incluso un mendigo (sí, en masculino) que hablan incansablemente acerca de lo que significa el arte. Dichos discursos se nutren del pensamiento de diversos artistas, quedan influidos por algunos de los movimientos artísticos contemporáneos como el dadaísmo o el cubismo y, lo más llamativo de todo, se expresan en situaciones más terrenales de lo que su profundidad podría merecer.
Así, Manifesto nos enseña varios pasajes del trabajo o la vida personal de los 12 personajes caracterizados por Cate Blanchett que quedan absorbidos por la continua vocalización de pensamientos e ideas sobre el arte, ocasionalmente expresadas también mediante la voz en off de la actriz. Todas estas opiniones poseen el denominador común de resultar tan interesantes en su calado humano como extensas en lo que se refiere a su duración. En efecto, pese a que el film no goza desde luego de un ritmo veloz, tampoco Rosefeldt permite que existan demasiados silencios durante las escenas y la mencionada voz en off suele cercenar los que pudiera haber entre ellas, de manera que el continuo discurso puede llegar a sobrepasar a aquellos que se desesperen con la gente que tiene una rápida elocuencia.
Dejando de lado los vericuetos en exceso filosóficos que toma el guion, es una realidad que el trabajo artístico y de realización que lleva a cabo Rosefeldt es más que meritorio. La belleza de las imágenes, los encuadres en los que sitúa a Blanchett y el resto de intérpretes, la transición entre planos, el sonido… Todo está bien medido en Manifesto. Si no se considera a la obra como un trabajo cinematográfico en el sentido más puro, es del todo correcto reivindicar la labor del director alemán. Ahora bien, se trata de una pieza audiovisual más indicada para ser exhibida en un museo o sala de exposiciones que una película como tal que tenga el objetivo de ser comercializada en salas de cine tradicional.
Lo que sí exhala pura cinematografía en Manifesto es lo que realiza Cate Blanchett con su sensacional interpretación de esa docena de personajes. Los gestos faciales y la modulación del tono que la ‹aussie› realiza para adaptarse al perfil de cada uno son ideales para reforzar el mensaje que sale de sus bocas. Es una pena, como decimos, que dichas palabras alcancen un punto de profundidad artística tan elevado que no den pie a conformar un guion algo más apegado a lo que sería una pieza más puramente fílmica, porque el trabajo de Blanchett se merecería sin duda alcanzar una reputación mayor de la que seguramente tendrá Manifesto, más encaminada a transitar camuflada en un extraño cruce de caminos. Encomiable, en cualquier caso, el trabajo de un Julian Rosefeldt que junta una pieza más a su currículum como artista, pieza que no parece que vaya a necesitar la participación del cinéfilo tradicional para alcanzar el valor artístico que probablemente se merezca.