Un grupo de personas acude a un velatorio por la reciente muerte de Malika. La ceremonia discurre con sencillez, es en un apartamento parisino. Zino, el hijo de la fallecida, huye de su dolor, obsesionado con la idea de conocer a su padre. Descubre, gracias a pequeños detalles y otras pistas, el posible paradero de su progenitor, un lugar que lo lleva fuera de la capital francesa. Después del largo viaje en moto, conoce a Lola, una mujer que trabaja como instructora de danza en un salón de baile. El joven sospecha que puede ser la mujer actual de Farid, su padre, al que ya no recuerda. Ella lo desmiente, pero tampoco se siente capaz de contarle que realmente es la persona que busca Zino.
‹Alma mater› es la construcción latina que sirve para sugerir la universidad, además de la matriz, la fuerza femenina desde su enunciado que impulsa todo. Lola Pater es el título del quinto largometraje dirigido y escrito por Nadir Moknèche. El juego de palabras funciona como llamada de atención con estilo, un anzuelo comercial que resume perfectamente lo que se verá durante los noventa y cinco minutos que dura el film. Dos palabras que danzan en torno a la protagonista de la historia. El melodrama está servido, en narración lineal, con algunos recesos para recordar tiempos pretéritos, flashbacks cuestionables en un tratamiento desacomplejado sobre la transexualidad, más allá de paternalismos ni afanes de polémica. Pero no es un melodrama clásico o puro, sin opción al desaliento o a una melancolía que perviva tras finalizar la proyección. No, porque la tragedia se refugia entre algunos encuentros alegres que difuminan la tristeza de la propuesta. La comedia envuelve el drama por momentos, aligerando una carga de profundidad que se adivina demoledora en el guión, pero eludida en el rodaje.
La primera secuencia ya presenta como protagonista a Zino, el hijo abandonado en la niñez por su padre, huérfano de su madre en la madurez. Un hombre de facciones suaves, casi infantiles, de aura femenina pero carácter masculino. Un náufrago entre los hombres que quiere hundir el último salvavidas en la tempestad, mediante la búsqueda de su padre. Un personaje falso en su determinación, igual que en su evolución porque, a pesar de la valía de Tewfik Jallab —el actor que lo interpreta— es un rol que no dispone de la energía suficiente, los diálogos adecuados o las réplicas elegantes, que le permitan cuestionar la cobardía de su antagonista.
El valor de Lola Pater no se sustenta solo en una dirección efectiva o el montaje correcto para imprimir un ritmo adecuado a los acontecimientos, demasiado respetuosos con lo cotidiano en su resolución, tal vez más de lo aconsejable, para impulsar las emociones. Tampoco son esas buenas intenciones que quedan claras desde un principio, acerca de la identidad personal, la humanidad y la empatía por los demás, sean cercanos o gente desconocida. La gracia del film proviene de otras dos palabras que podrían servir también como título para la cinta: Fanny Ardant.
Ella es el nervio, la sangre y el cuerpo de Lola Pater, capaz de hacer creíble por la voz y ademanes, al hombre que ha desaparecido de su anatomía. Una maestra en los andares, registrados en planos generales o amplios. Una bestia sabia en el uso de su mirada para concretar párrafos enteros del guión. La intérprete desprende toda su fotogenia, enamora a la cámara y al público. Demuestra que el cine puede ser engaño porque no es una actriz travestida en su caso. Y sin embargo se quedan en la memoria ese encuentro con la excuñada en el cementerio. O las conversaciones que mantienen ella y el conserje en el hotel, sobre todo cuando lo observa con sus ojos, desarmándolo. La comedianta justifica todo el largo, sin necesidad de imponer reclamaciones por su condición femenina. ¿Acaso se le pusieron a Carmen Maura cuando interpretó La ley del deseo o a Eddie Redmayne por su papel en La chica danesa?
Son tiempos raros para la corrección política.