«Chetniks»
Lasa eta Zabala, en su título original, es una noble propuesta que se encuadra en el nuevo clima que se vive en Euskadi. Desgraciadamente eso no es suficiente para construir una buena película, de bonitas intenciones no se vive en el cine.
Tras su inicio todo se vuelve cuesta abajo. No ayudan unos personajes que parecen descritos apenas sin capas, salvo un par de detalles del protagonista y un secundario. Son, además, unos personajes que se desvivien por explicarlo todo de manera artificial a gritos. Así que la historia sobre el secuestro, tortura y asesinato de esos dos jóvenes a manos del estado en el marco de la guerra sucia de los 80 queda totalmente eclipsado por las limitaciones del libreto. No se trata por mi parte en este punto de una crítica moral o ética hacia la cinta, de la que hablaré detenidamente más adelante, sino simplemente lo lejos que queda, por ejemplo, de un posible referente como La batalla de Argel (La battaglia di Algeri, Gillo Pontecorvo, 1965).
Aún más, los impulsos desde el guión no están explicados. No se entiende que el protagonista en un momento dado esté a punto de dejar el caso para que después de una charla insustancial decida seguir. Es algo pobre y peor aún, algo mil veces visto e incluso a veces con mejor resultado. Los actores hacen lo que pueden con unos personajes planos y estereotipados al máximo. Poco se puede decir de ellos.
Llegados aquí uno no puede más que lamentar que un caso tan terrible sea contado de la manera que se cuenta. No es el terremoto que se prometía. El mundo del documental lleva mucho más camino recorrido en lo relacionado con el conflicto vasco en propuestas tan estimulantes y harto inteligentes como la más reciente Asier ETA Biok (Aitor Merino y Amaia Merino, 2013) o la más difícil de digerir para un español medio pero sin embargo tan imprescindible como lúcida (aquí los dos adjetivos sí pueden ir de la mano) Echevarriatik – Etxeberriara (Ander Iriarte, 2013). Es algo decepcionante que para un servidor la propuesta más lograda desde el prisma de la ficción sobre el conflicto sea una cinta como Operación Ogro (1979), del mentado cineasta italiano Gillo Pontecorvo.
La película naufraga cinematográficamente hablando, pero es que además tiene ciertas cuestiones éticas que me preocupan. Toda la mierda que se pueda lanzar sobre unas fuerzas de seguridad podridas y asesinas y unos dirigentes políticos mafiosos serán más que bienvenidos. Pero desgraciadamente toda la película es un acto de política y también deja claras sus ideas. Esto no es malo, ojo, es la manera en que llega a contradecirse en momentos como la idea que para los guardias civiles el mundo se divide entre “ellos” y “nosotros” y luego el abogado se encuentra con un potencial testigo, y como es abertzale y por tanto de los nuestros, va a decir lo que nos de la gana. O resumiendo, mientras los policías van gritando a los cuatro vientos clichés fascistas (y ojo, seguro que los gritaban, pero no estaría mal recordar que esto es una película y que debiera haber un esfuerzo por parte del director y del guionista en que lo sienta como algo verdadero, cosa que no sucede casi en ningún momento), el guión, sin querer, va dejando la posibilidad que los “otros” piensan igual en términos de una ralla en medio y el que no esté en mi lado es que es de los otros. Pero insisto, mientras unos son descritos así desde el guión y la dirección, los otros (mira que me jode a mi crear dos bandos, ¿eh?) lo son por estupidez del libreto, que se enfrenta al reto, desde mi total objetiva impresión, con una inocencia en cuanto a moralidad que raya lo alarmante.
También hay que indicar que esto no hace que la película sea mala. Habría que ser maduros y aceptar la otra parte del relato. Pero donde acertaba la cinta del joven Ander Iriarte, falla la obra de Pablo Malo. Mientras en Echevarriatik – Etxeberriara había dudas y resquicios para el debate, aquí no. No hay dudas en la película, más que en dos momentos de dos personajes y que son descritos de forma pobre.
Cómo serán las cosas que en los Balcanes con la que cayó encima se pueda hacer una obra como So Hot Was The Cannon y aquí sigue siendo referencia la peli del cineasta italiano, aquella de Carrero Blanco volando por los aires rumbo a Marte.
Pero es que claro, en Bosnia el mundillo del cine distingue perfectamente entre Chetniks y víctimas, sean de la ideología o la religión que sea.