Más conocido por haber sido parte de uno de los éxitos de los últimos años tras su participación en Drive de Nicolas Winding Refn adaptando su libreto, el esperado debut de Hossein Amini llega con Las dos caras de enero, en la que el hasta ahora guionista se atreve nada más y nada menos que con otra adaptación, en este caso de un texto de la célebre escritora norteamiercana Patricia Highsmith.
El viejo continente sirve como escenario a Amini para sumergirnos en una de esas arquetípicas historias de intriga, aunque en este caso desde una perspectiva ciertamente distinta, algo propiciado en especial por ese trío protagonista que, pueda resultar cercano para el espectador o no, logra exponer un reflejo más tangible, donde las inquietudes e incluso los enfrentamientos —especialmente entre sus dos protagonistas masculinos— dotan al film de una vertiente psicológica trabajada desde las interpretaciones y redondeada por un guión que sabe trazar con suficiencia situaciones para propiciar precisamente ese choque.
La presencia de ese citado escenario que nos lleva en primer lugar a tierras griegas y en su último acto a Turquía es uno de los pilares centrales de Las dos caras de enero, pues entorno a ellos Amini logra dibujar una atmósfera que comprende a la perfección las necesidades del film y consigue, especialmente en ese tramo final, anteponer las virtudes escenográficas de las que hace gala cuando ese mentado duelo o incluso los tramos donde la intriga clásica surge a borbotones decrecen.
Se podría decir, pues, que en ese sentido Amini es capaz de equilibrar una propuesta que, incluso cuando parece ir a tomar vías infructuosas en el transcurso del relato, sabe salir airosa y proponer, como mínimo, alternativas o detalles narrativos que devuelven la propuesta, si bien no a su mejor versión, a un punto en el que la sensación percibida por el espectador no sea de trabajo fallido.
En su faceta visual, Las dos caras de enero demuestra tener el potencial necesario como para que continuemos fijándonos en el nombre de su director en un futuro, y es que tanto las herramientas narrativas (esas elipsis de las que hace gala en alguna ocasión, o incluso los recursos empleados a nivel formal —como ese travelling en el aeropuerto con Oscar Isaac como eje central del mismo—) como el modo de aprovechar los emplazamientos construyendo el esqueleto de lo que bien se podría tildar como una realización de corte clásico, hacen de la obra algo mucho más —en cierto sentido— redondo de lo que habría sido de estar en manos de otro cineasta.
El talento de Amini también queda probado en el apartado interpretativo: tanto un Viggo Mortensen que parece más fuera de sí que de costumbre —en parte, por los requisitos de ese papel tan, a ratos, desquiciado— como un Oscar Isaac que mide al milímetro una de las que sin duda será una de las grandes interpretaciones de la temporada, logran hacer de las posibilidades de ese aspecto más psicológico que se sugiere en ciertos tramos algo palpable e incluso destacable por encima del conjunto.
Si hubiese que poner un pero a una ópera prima que tampoco alcanza grandes cotas pero en todo momento sabe mantenerse dentro de unos límites, quizá sería la carencia de una alma —puede que porque su discurso flaquea más de lo que debiera, o porque las intenciones del cineasta se dilucidan en contados momentos— que le resta cierto atractivo a la propuesta, pero no la transforma para nada en uno de esos desdeñables productos que, por desgracia, ha dado un género tan maltratado como minoritario en los últimos años. En definitiva, Las dos caras de enero es un ejercicio tan apreciable como satisfactorio que, si bien no pasará a la historia, como mínimo sabe aprovechar sus virtudes y tejer un film sugestivo tras un nombre al que habrá que prestar atención de ahora en adelante: el de Hossein Amini.
Larga vida a la nueva carne.