Ambientada en Chioggia, un pequeño pueblo sustentado en parte gracias a su actividad pesquera, La pequeña Venecia nos introduce en una de esas historias sencillas a la par que sensibles donde ese encantador lugar se comporta como un personaje más. Para que así sea, Segre deja estampas que logran encandilar más que por su belleza por lo particular de las mismas, pues Choggia flota, como Venecia, sobre las aguas y de ello se aprovecha el realizador transalpino para juguetear con la romántica idea de una ciudad que convive con las inundaciones como si no existiese un mañana.
Lejos de esa visión romántica, sin embargo, Segre nos traslada a un relato de contenido social tocando una temática que más de actualidad no podría estar. En ella, Shun Li, una mujer china con un hijo que ha llegado sola a Italia gracias al poder de la mafia de su país, será enviada a Chioggia para encargarse de regentar un bar y así pagar todas sus deudas, para lograr de este modo que la mafia le reúna de nuevo con su pequeño. En el pueblecito costero conocerá a Bepi, un italiano jubilado apodado “el poeta” que todavía continúa con sus quehaceres relacionados con la pesca, con quien llegará a establecer una cálida relación de amistad.
Sorprendentemente, y pese a tener visos para ello, La pequeña Venecia no empieza a hacer gala de su componente social hasta bien avanzada la película, y es que aunque nos encontramos ante un retrato que nos habla en parte sobre el funcionamiento de esas mafias, el cineasta italiano prefiere centrar sus esfuerzos en construir esa relación entre Shun Li y Bepi, que terminará siendo el principal motor de una cinta a la que en ese sentido se podría tildar, en parte, de previsible por repetir esquemas y ofrecer soluciones ya vistas pero, sinceramente, sería injusto dado la honestidad y candor de una obra que en todo momento se siente más cerca de lo que cualquier espectador ya acostumbrado a este tipo de cintas podría esperar.
A través de esa relación, se nos habla acerca de las raíces de ambos protagonistas como parte realmente significativa de sus vidas pero, más importante todavía, como nexo entre dos personajes que no se podrían sentir tan próximos el uno del otro de no ser por ese factor. Con ese vínculo afectivo de por medio, que los acerca, se entreteje una amistad donde los orígenes de cada uno entran en escena ya sea a través de diálogos, fotos o una nostalgia que nunca se torna lo suficientemente compasiva como para tomar una senda sensiblera que Segre evita en todo momento.
Aun así, los únicos méritos de La pequeña Venecia no quedan tras una historia de comprensión y apoyo, también se encuentran en la descripción de una situación verdaderamente delicada huyendo en todo momento de un planteamiento maniqueo que hubiese enterrado, en buena parte, las posibilidades de una propuesta que incluso hace bien intentando no contextualizar (más allá de los detalles que debe obtener quien la ve para establecer el pacto ficcional) ni posicionar al espectador; el relato se muestra de este modo cristalino y pocos achaques se le pueden realizar a un film en el que se siente algo que hoy en día los realizadores reivindican en exceso acerca de sus creaciones, pero aquí parece existir sin más: el cariño.
A resumidas cuentas, el debut en largo de ficción de Andrea Segre es una de esas pequeñas delicias que merece la pena no perderse, tanto por lo cálido de la propuesta, como por diversos aspectos que nos llevan desde el magnífico trabajo de sus actores (entre los que se encuentra, en el rol de Bepi, al internacional Rade Serbedzija) hasta la proximidad de una historia que, pese a poder resultar lejana (ya sea por la no-vivencia de una experiencia de esas características o por los distintos elementos sociales que en él se encuentran, y que estamos más acostumbrados a ver de modo frío y distante —a través de la televisión—), en manos de Segre logra insuflar vida a un celuloide que parece tocado por la varita de un auténtico artesano. Habrá que seguir viendo si le queda grande la etiqueta al italiano, o si en posteriores trabajos da fe de lo demostrado en este.
Larga vida a la nueva carne.
Me encantan los films intimistas sobre relaciones peculiares entre personajes. Ésta parece muy tierna y agradable.