Fabulosa, con este adjetivo se puede calificar la ópera prima de Sébastien Laudenbach, director de este largometraje de animación, de duración breve, aunque amplio en su resonancia. El cineasta galo escoge un cuento recopilado por los Hermanos Grimm, La doncella sin manos, que comienza con estas líneas:
«A un molinero le iban mal las cosas, y cada día era más pobre; al fin, ya no le quedaban sino el molino y un gran manzano que había detrás. Un día se marchó al bosque a buscar leña, y he aquí que le salió al encuentro un hombre ya viejo…».
El cuento completo se puede leer en numerosas recopilaciones de cualquier biblioteca o en este enlace al portal Grimmstories. Tal vez parezca que al transcribir este inicio del relato ya se ha cubierto la cuarta parte de la reseña, cuando en realidad se trata de un recurso necesario para dar una idea que se aproxime a la sensación lograda durante el visionado de esta joya singular de la animación, un espacio cinematográfico muy creativo, que sigue dando sorpresas cinematográficas desde hace décadas.
El cineasta traslada el cuento a la pantalla con su propio guión adaptado, contándolo en imágenes con un ritmo similar al del relato oral. En apariencia el largo está dirigido a todos los públicos, pero al verlo se percibe con una sensación similar a la de un cuentacuentos, igual que si lo estuviéramos escuchando de nuevo como adultos. Recobra la tradición oral del relato, aunque solamente se apoya con la voz en off de una narradora, para situarnos tras algún interludio musical. Gran parte del eco narrativo tradicional lo transmite con una técnica de animación que se asemeja al uso de acuarelas y témperas en el trazo y fondos, dibujos similares a los que acompañarían como ilustraciones impresionistas, cualquier recopilación impresa de las colecciones de Jacob y Wilhem. El director escoge ese cuento y lo trata como un lienzo sobre el que pintar con siluetas gruesas, trazadas, incompletas, abocetadas, transparentes o surcadas por un estilo libre. El fondo empastado, diluyendo el ambiente cromático y sensorial. Un molino, un bosque, el campo, un palacio, la casa que se convierte en mansión, cualquier lugar es representado por sus elementos esenciales como pueden ser los arcos de unas ventanas. Las manchas con forma de hojas. Una circunferencia atravesada por algunos radios evocando el molino. En esta simplicidad visual alcanza la esencia de la narración. Expresado así puede parecer un film demasiado vacío para su metraje y estilo, pero esta consideración es un error porque Sébastien Laudenbach destila el núcleo de la fábula sin pervertir su lenguaje ni sus palabras, mostradas con la misma crueldad desde el impacto gráfico del propio título (La doncella sin manos). Es necesario volver a encontrar la violencia, machismo y maldad que ya describieron los dos hermanos al ejercer como médiums de la herencia oral de esta trama, sin adulteraciones que suavicen el relato ni busquen la espectacularidad o el melodrama propios de otras adaptaciones de clásicos propios de la Disney o series televisivas japonesas, norteamericanas y europeas. En este caso no se renuncia a describir la miseria de la familia de la chica protagonista, ese molinero pobre y amargado junto a esa madre fuerte y abnegada. La riqueza del largo está en mostrar el cuento tal cual permanece después de varios siglos, pero equilibrando las ayudas divinas impuestas por una Iglesia omnipotente en el dieciocho, con la fuerza benefactora, más acorde al siglo actual, encarnada por la naturaleza femenina en el caso del río (la riviere/la ribera femenina en francés). Despersonificando ese diablo mutante que puede transformarse en un cuervo, un jabalí, un viejo entrometido o cualquier otro ser embaucador. Trazando una evolución vital que otorga dignidad y una psicología profunda a la joven o a otros personajes como el príncipe y su jardinero. Por si fuera poco la moraleja sobre una riqueza obtenida sin esfuerzo y que necesitará intereses superiores y sufrimiento personal para ser devuelta. Un mensaje tan claro y ejemplar como el de la historia original, con ese oro que da un poder temporal e inútil al que lo posee.
La jeune fille sans mains es una película que cuida con detalle todos sus elementos visuales y los remata con un tratamiento sonoro sugerente. Que recoge el testigo de antecesores clásicos en el cine de animación. Tal vez no llegue a la cima del ambiente hipnótico que desprenden las sombras chinescas de una maestra como Lotte Reiniger, pero eso no es un obstáculo para reconocer un admirable trabajo de modernización respetuosa y efectiva de los relatos clásicos, erróneamente llamados infantiles.