Corría febrero de 1972, y en la sección de cine de los periódicos de la capital de Ecuador aparecía un curioso titular «La pandilla Grissom prohibida en Quito». No había ningún texto adicional en esta noticia, sólo una composición gráfica con tres cartillas oficiales: una, perteneciente al municipio de Quito, censurando totalmente el filme e impidiendo su exhibición en cualquier teatro de la ciudad; y las otras, de la Municipalidad de Guayaquil y de la Asociación de Exhibidores de Estados Unidos, permitiendo su proyección restringida a determinados públicos.
El formato de este contenido periodístico no hacía más que reflejar la contradicción de censura ante un filme impactante y de moral ambigua. Con seguridad, esta anécdota ecuatoriana se repitió en otros lugares del mundo. Hasta cierto punto, era entendible que el criterio formado del censor del municipio quiteño hubiese quedado en shock luego de presenciar la tremenda propuesta de violencia física y psicológica que el gran Robert Aldrich impregnó en esta película.
Y es que La pandilla Grissom se coloca en la cumbre de esas producciones setenteras que vieron en la brutalidad escénica y en la amoralidad los motivos para crear una estética cinematográfica única, que derrotó a la férrea y conocida censura americana para instaurar una corriente irreverente y de gran calidad cinematográfica.
La historia del filme toma como escenario el sector rural de los Estados Unidos en la época de la Gran Depresión económica, en donde la delincuencia gansteril era un asunto cotidiano y, en algunos casos, hasta una causa familiar.
Aldrich, con su conocida maestría, estructura un planteamiento que no se limita solo a enfocar las actividades delictivas de los gánsteres, sino que se adentra en el interior de estos personajes para describir una peligrosa actitud psicopatológica que incide en su atroz comportamiento.
Sustentado en un notable guion, que a su vez se basa en una novela de la década de 1930, el filme va construyendo desde su inicio una historia muy envolvente: A tres ladronzuelos se les ocurre robar un collar muy costoso que utiliza Barbara Blandish, una chica de la alta sociedad. Su deseo derivará en una veloz persecución en carretera. Aldrich no lo duda y, en este instante, coloca de fondo una estridente banda sonora para encender el ambiente y decirle al espectador que se aliste a ver un concierto de balazos, insultos, palizas, nerviosismo, sangre y locura.
Todos los personajes tienen prioridad para ser enfocados por la cámara de Aldrich, quien buscó que su gestualidad y su apariencia sucia y sudorosa fuera el fundamento en la estructuración de la singular estética del filme. El sarcasmo, la crueldad, la ambición y la podredumbre moral serán los condimentos de este guisado.
La historia continua… el anhelado robo de los delincuentes “aprendices” se convierte en un secuestro de la chica y pronto la familia Grissom asumirá, a las malas, el control de la situación, pero Slim, integrante de la pandilla y conocido también como “palillo”, se enamorará de la retenida y tratará de que sea una especial rea en su hogar, protegiéndola de cualquiera que quiera hacerle daño.
Es así que, en medio del peligroso terreno argumental, se construye con gran sutileza una controversial historia de amor. La habitación de Slim será la cárcel de Bárbara y, al mismo tiempo, el lugar en donde la pasión radicalice las neurosis. El duelo entre el amor y el odio cobrará una fuerza inusitada en este espacio. La amabilidad, a veces ridícula, del cortejante será el detonante para que ella salga de su letargo y le escupa su desprecio en la cara. Sus insultos hirientes se convierten en latigazos que hacen que el despiadado asesino sea vencido en su moral y despierte en él a un ser débil, a un indefenso niño que corre llorando a los brazos de su madre para que lo proteja.
Este será el instante en que asuma el protagonismo “Ma” Grissom, la jefa de la familia: una mujer vieja, dura y estratega, que decide en cuál camino delictivo debe montar a su familia. Aldrich utiliza, de inmediato, el mismo espacio candente para que la matrona se enfrente a quien se atrevió a ultrajar a su hijo, no sólo con la verborrea más soez sino demostrando que en sus puños también transpira el odio.
En la película se establece una especie de ruptura que los personajes hacen con lo que puede ser considerado normal o sensato. Los quiebros radicales en las actitudes de correspondencia de las relaciones humanas son utilizados como detonantes de la tensión y dotan de un impresionante ritmo al filme. Para muestra, basta citar la escena en que Slim le apunta con un cuchillo al cuello de su madre, la persona que más lo protege.
Del mismo modo, el director de ¿Qué fue de Baby Jane? emplea diversos mecanismos para representar la violencia e inquietar al espectador. Es así que en una parte de su filme establece el motivo para que “palillo” acuchille varias veces a su hermano por intentar violar a Barbara, pero en lugar de fijar la cámara enfocada directamente en este suceso, deja que llene la pantalla solo la expresión aterrorizada de la chica Blandish vibrando y gritando en concordancia con el sentir del moribundo en cada punzada de la navaja. Es uno de los instantes más impactantes del filme.
La pandilla Grissom no solo tiene un gran guion y una espléndida dirección, su elenco actoral es sólido. Sobresale especialmente Scott Wilson, que interpreta de manera magistral al neurótico Slim, seguido de cerca por Irene Dailey que hace un papel muy convincente de “Ma” Grissom, al igual que Kim Darby como Bárbara. Tony Musante no desentona tampoco en su rol de elegante gánster que hace del sarcasmo su estilo de vida. También merece ser citado Robert Lansing por interpretar a un sencillo detective que será el encargado de recoger los escombros morales cuando todos los hechos se hayan consumados.
El final de esta película servirá para colocar elementos que reafirmen la miseria moral de una sociedad incapaz de discernir entre lo bueno y lo malo, y será el punto que faltaba para cerrar el círculo que contenga la mutación contradictoria de personalidades y sentimientos. La locura será la máxima expresión del amor y la cordura del odio. A esta altura del filme, el espectador quedará atónito de lo que ha visto y solo tendrá como respuesta la mirada perdida de Bárbara que quiere encontrar una salida de su pesadilla.
La pasión está también en el cine.