Si hay una película que merece el calificativo de maldita en la historia de la cinematografía mundial esa es sin duda esta Invasión del director argentino Hugo Santiago. Rodada en 1969 en los últimos años de la dictadura de Onganía, a pesar de la excelente acogida por parte de la crítica fue un tremendo fracaso de taquilla. La película fue prohibida y proscrita al ostracismo en Argentina por parte de los gobernantes que ascendieron al poder tras el golpe militar de 1976, de tal modo que su exhibición pasó a la más profunda de las clandestinidades. Todo esto culminó en 1978 con el robo de las bobinas originales del film de los laboratorios Alex de Buenos Aires lo cual originó la desaparición completa de la obra. La localización en 2004 de una copia en 35 mm dió lugar a la recuperación del film gracias a los esfuerzos de la Filmoteca de Buenos Aires legando para la historia del cine una de sus obras más singulares, de gran carga poética y metafórica, una auténtica muestra de cine de arte y ensayo iberoamericano punta de lanza del vanguardismo cinematográfico universal.
Por si esto fuera poco hay que añadir que en Invasión se juntaron tres de los nombres más importantes del arte iberomaricano del siglo XX: nada más y nada menos que los escritores Jorge Luis Borges (quizás el autor latinoamericano más importante del siglo XX) y Adolfo Bioy Casares (premio Cervantes de literatura) que firmaron el guión de la película a los que hay que unir el del director vanguardista Hugo Santiago cuyo gusto por las nuevas vanguardias cinematográficas de los sesenta y en especial de la Nouvelle Vague quedan patentes en la estructura de Invasión. Es claramente conocido que el guión bebe de la trama de El eternauta el comic de Oesterheld que igualmente situaba la acción de su argumento en 1957 narrando la lucha de unos resistentes surgidos de la sociedad civil contra unas oscuras fuerzas invasoras. Del mismo modo, para que nos sirva de muestra de comparación, podemos emparentar la película argentina en cuanto a puesta en escena y descripción de una sociedad futurista/pretérita con la mítica Lemmy contra Alphaville del ínclito Jean Luc Godard y con El muelle de Chris Marker (obra maestra del cine con la que comparte una visión poética y trágica de la existencia humana), si bien he de decir que la película de Santiago posee una mayor calidad poética, discursiva y cinematográfica que la para mí sobrevalorada cinta de scifi del suizo. Una vez expuesta este breve carta de presentaciónla pregunta que puede surgir al espectador que no conozca esta magna obra puede ser la siguiente ¿De qué va Invasión? ¿Están locos estos de cine maldito al proponer como alternativa a un blockbuster palomitero de fuegos de artificio y FX hollywoodienses, de las que se enmarcan en la ciencia ficción futurista, como Elysium? ¿Es realmente Invasión una película de género fantástico?
Para mí sin duda alguna. El género de ciencia ficción siempre me ha atraído profundamente, no sólo como un espléndido medio de esparcimiento y entretenimiento sino dando un paso más allá, como un medio de expresión del descontento social y como una lanzadera de misiles intensamente críticos con el sistema y con la sociedad que les tocó vivir a sus autores. Las grandes obras de género conseguían bajo el paraguas de la visión futurista meramente escapista describir la decadencia moral y la deshumanización en las relaciones sociales motivadas por la utilización desproporcionada de la tecnología como sustituto del arte y por la afloración de sistemas políticos dictatoriales destructores de los últimos símbolos de libertad que ostentan los seres humanos, los cuales están abocados a la más profunda condena vital (maravillosos ejemplos son Fahrenheit 451 de Ray Bradbury que llevó al cine con grandes resultados François Truffaut o 2001 una odisea del espacio de la pareja Clarke/Kubrick).
Invasión ejerce esta crítica metafóricamente sin hacer uso de la extrapolación al futuro, sino que lo efectúa de una manera más original y paranoica, si cabe, esto es elaborando un ejercicio de política ficción trasladando el discurrir de la historia en una ciudad imaginaria: Aquilea (nombre con reminiscencias de la antigua Roma) en el tiempo pretérito de 1957 (año claramente metafórico al situar la trama en la misma época que la dictadura Argentina de Pedro Eugenio Aramburu). Todo ello se reviste con una atmósfera irreal, decadente, casi fantasmal lo cual contribuye a crear un cosmos propicio para el relato de ciencia ficción, no tal como los solemos conocer (la ciencia ficción robótica futurista y científica de las grandes producciones cinematográficas americanas y soviéticas) sino una ciencia ficción más aterradora: aquella marcada por la realidad consciente pintada con una inquietante cercanía que incita a que los acontecimientos observados sean extrañamente familiares por medio del recurso puramente scifi de dibujar una distopía colindante con el presente más próximo. Toda una genialidad marca de la casa de sus geniales autores.
La trama de la película la podemos resumir a grandes rasgos de la siguiente manera: nos situamos en 1957 en la ciudad de Aquilea, una urbe dividida en cuatro zonas (Norte, Sur, Este y Oeste) carentes de libertad. Una extraña atmósfera de tristeza y miedo se ha apoderado de la ciudad. Las calles, casi siempre vacías, son meros decorados crepusculares en los que únicamente oímos el inquietante sonido del taconeo de los zapatos de los rezagados viandantes que se atreven a asomarse a la calzada de la urbe. En este ambiente opresor únicamente un grupo, del que desconocemos su ideología y hasta su nombre, al que podemos llamar la resistencia, parece luchar contra la inminente amenaza de invasión que se cierne sobre la ciudad. Este reducido grupo de personas (todas ellas pertenecientes a actividades profesionales liberales o relacionadas con el arte) es el foco que hace frente a las invisibles fuerzas invasoras. El jefe de los resistentes es un anciano, bebedor de mate y dueño de un gato más negro que la noche, llamado Don Porfirio. Este sabio regente dirige con mano pragmática y firma las operaciones del grupo rebelde desde una pequeña habitación gobernada por un plano de la ciudad, si bien desconocemos cual es su forma de acceder a la información de primera mano que siempre ostenta. Dentro de los miembros del grupo Julián Herrera es el integrante más activo y beligerante, el cual mantiene una relación amorosa con Irene, otra componente de la resistencia si bien Julián desconoce la militancia en el grupo de su pareja (un claro distanciamiento de esta extraña relación amorosa es el hecho de que Julián es el cabecilla del grupo de acción compuesto por veteranos mientras que Irene es la cabecilla de una inminente guerrilla formada por jóvenes luchadores, rubricándose de este modo un distanciamiento generacional entre ambos personajes).
Esta heterodoxa relación amorosa marca una de las temáticas de la cinta: el triunfo de la soledad y el desamor en la sociedad de la época, en la cual se prioriza el deber sobre el sentimiento. Así las relaciones entre los personajes están dominadas por la frialdad, siendo los intérpretes puros autómatas de carne y hueso, con cables en lugar de venas. Este es uno de los grandes hitos del film y que lo emparenta con los grandes relatos de la scifi. A pesar de carecer de robots y autómatas, los seres humanos suplen esta carencia con su forma de interactuar. Incluso los invasores, que son seres humanos en lugar de alienígenas, son imperceptibles a lo largo del film, su amenaza se encuentra oculta como un fantasma al acecho de su presa, y cuando emergen en la parte final del film, adoptan la forma de monstruos crueles, sádicos y torturadores ajenos a cualquier vínculo con las principales virtudes del ser humano.
Don Porfirio (que por su forma de hablar cargada de retórica, casi irónica, desencanto y pragmatismo parece una transposición de Jorge Luis Borges en pantalla) dispone de información sobre una inminente invasión de las fuerzas dictatoriales en la ciudad, a través de la introducción de una serie de tecnología militar (aparatos de radio, armas, instrumentos de logística) aunque parece que nadie en Aquilea está dispuesto a luchar en contra de este ataque silencioso. La película se divide en dos partes diferenciadas. En la primera parte se nos presentará a los componentes del grupo resistente, así como se describen los planes de actuación para luchar contra las fuerzas tiranas. Esta primera parte presenta al silencio, la narración poética y el montaje lírico, pausado, casi filosófico como sus principales rasgos de identidad. La segunda parte se inicia con la ejecución del asalto a la mansión donde se esconde el aparato de transmisión por parte de los resistentes. En la segunda parte la acción y la violencia (seca, sucia, cercana, carente de ornamentación y belleza) colman la pantalla, siendo mucho más dinámica y trepidante que la primera hora de la cinta. Presenciaremos la derrota de los resistentes, los cuales van cayendo uno a uno a lo largo del metraje de la obra, incrementándose el nivel de patetismo de cada una de las muertes a manos de unos invasores uniformados con trajes de color claro y gabardina. La cinta culminará con una escalofriante escena filmada en un campo de fútbol que desgraciadamente recuerda a las escenas vividas en los setenta en algunos países latinoamericanos, lo que convierte a Invasión en una fábula futurista, incómoda y clarividente. Un arma peligrosa que la convirtió en una obra perseguida.
Como hemos comentado en párrafos anteriores, aunque la ciudad donde se desarrolla la epopeya (claramente influenciada por las grandes tragedias griegas) es la urbe ficticia de Aquilea, son claramente identificables las calles y lugares comunes de la ciudad de Buenos Aires. Hugo Santiago fotografía con un sobrecogedor blanco y negro una ciudad decadente, espectral, melancólica de su glorioso pasado y miedosa de su incierto futuro. Santiago se centra en fotografiar calles y callejuelas nocturnas, deshabitadas, en la que los sonidos de los tacones de los zapatos suenan tan amenazantes como la más peligrosa arma espacial de rayos X. El director plasma con rotundidad la esclavitud a la que están encadenados los ciudadanos, así como la pasividad que gobierna en la mayor parte de la ciudadanía, la cual asume con frialdad la invasión de las fuerzas opresoras sin oponer resistencia. La falta de autonomía en las calles choca con los únicos lugares en los que poder ejercerla con libertad: los bares y las tascas típicamente argentinas donde suenan tangos y milongas cargadas de sentimiento y realismo poético.
La cinta presenta una importante carga ideológica y poética convirtiéndose en una bomba de relojería en la que se describe la decadencia y el final de una época la cual es devorada por un ente violento, oculto, asimilado por la sociedad, fagocitador de libertades que acabará imponiendo una dictadura del pragmatismo dogmático carente de arte e imaginación. Se trata del fin de la visión ética de las doctrinas gobernantes para sustituirlas por las puramente políticas con una clara ausencia de humanismo idealista. La cinta ofrece esta propuesta de manera innovadora, rompiendo los paradigmas de la narración clásica, si bien conservando los trazos de realismo comprometido y beligerante del neorrealismo italiano, en la que el patetismo desplaza al heroismo de los personajes los cuales actúan llevados por las fuerzas ocultas de la dignidad y la amistad sincera (como hemos comentado en párrafos anteriores desconocemos las motivaciones ideológicas de todos los miembros del grupo, los cuales parecen luchar guiados por un fraternal compañerismo, ajeno al patriotismo exacerbante, y culto a la libertad) optando por una retórica transgresora y autoreflexiva que deja poso en el espectador.
Por tanto nos encontramos con una obra de culto del género fantástico iberoamericano a la altura, o incluso superior, de las grandes obras del género, profundamente poética, con un guión de alta escuela literaria de una prosa rica en recursos literarios, técnicamente perfecta siempre dotada del encuadre y montaje perfecto, con unas interpretaciones de lujo que rubrican una cinta perfecta. He de decir que para un español como un servidor, es un honor poder reseñar esta obra cumbre tan profundamente argentina. Porque si una característica tiene Invasión es su carácter marcadamente autóctono, reflejado en la forma de hablar de los personajes, la picaresca varonil, la belleza de los paisajes arquitéctonicos de un Buenos Aires fantasmagórico, y también la belleza de las mujeres (y venga también hombres) moradores de tierras sudamericanas. Espero humildemente haber captado parte de los innumerables mensajes que encierra esta obra maestra del arte latinoamericano que gracias al esfuerzo de los cinéfilos argentinos se ha podido recuperar para deleite de los cinéfilos mundiales. El cine de arte y ensayo cuando se rueda con fuerza, inteligencia y pasión es insuperable.
Todo modo de amor al cine.
Magnífica reseña para una magnífica película!!! Ansiedad existencial, alusiones al golpe militar argentino y la guerra de Troya, una maravilla que a muchos aún les falta descubrir.
Sí, da esa sensación de caballo de Troya en la que hay un enemigo oculto y emergente a punto de salir para degollar al contrario. Para mi ha sido la más compleja reseña a nivel ideológico que me ha tocado escribir. Es un peliculón a la altura de las grandes obras del cine europeo de los sesenta, e incluso superior. Es clara la referencia de alphaville por la puesta en escena de Santiago, y para mí la película de Godard no le llega ni a la suela de los zapatos a la de Santiago. Una obra profundamente lírica, escrita como solo los dioses saben hacerlo y unas grandes interpretaciones de los actores. Es todo un descubrimiento. Quizás el hecho de que estuviera más de 20 desaparecida para la exhibición hace que prácticamente sea una película a descubrir. A ver si la gente se anima a verla que tienen una joya por descubrir.
Escrito magnífico también…Sr.Redondo ,su estilo de primer orden,y lo bueno que todo le queda claro a uno.Felicitaciones!!!