Si hace poco era Kilian Riedhof quien reflexionaba sobre la tercera edad en la maravillosa Vivir sin parar, el uruguayo Álvaro Brechener ha querido seguir su ejemplo y hacer su propia película sobre los mayores y su lugar. Lo hace desde un prisma radicalmente distinto, con un humor ácido, mordaz y, a la vez, entrañable, que consigue su objetivo de desdramatizar para hacer llegar con más facilidad el mensaje que se nos quiere transmitir.
Lo cierto es que aunque la película sea una tragicomedia viene disfrazada de thriller, pero un thriller tan malo y tan previsible que pronto pasa a un segundo plano. La historia habla sobre un inmigrante judío en Uruguay, Jacobo Kaplan, que a sus 76 años piensa que no ha hecho nada relevante en su vida, y de repente le entran las prisas por hacer algo por lo que ser recordado. Es entonces cuando ve por televisión una historia sobre emigrantes nazis que se esconden en los países sudamericanos, y pone en su punto de mira a un alemán que regenta un chiringuito en una playa cercana.
Héctor Noguera ejerce de protagonista absoluto y lleva todo el peso de la película. Sus palabras y, sobre todo, sus silencios, marcan el devenir de una historia en la que vemos dos polos de la vida de Kaplan bien diferenciados: por un lado su vida doméstica y familiar, con problemas asociados a la edad y la condescendencia con la que le tratan todos sus seres queridos, que a veces raya en lo ofensivo, y por otro lado su vida íntima, que se centra en dejar su huella en el mundo atrapando al nazi, y estará reflejada en la investigación que realiza con la ayuda de su chófer, un Néstor Guzzini que hace de ex-policía con problemas familiares, y ejerce de secundario convirtiéndose en el segundo eje para que el film funcione.
Las escenas en la que aparecen ambos personajes tienen una carga de profundidad disfrazada de comedia bastante interesante. Las situaciones en las que se ven envueltos son bastante realistas, no aparecen exageradas ni absurdas, y aun así la forma de verlas y afrontarlas del dúo consigue sacar una sonrisa en el espectador.
A medida que avanza una cinta que muestra la zona costera de la nación uruguaya, vamos viendo la evolución de ambos personajes, que se complementan uno al otro y se dan fuerzas para seguir con su pequeña aventura. Curiosamente, el lado malo lo representa la familia del señor Kaplan, que pretendiendo hacerle las cosas más fáciles, lo único que va consiguiendo es que el anciano se sienta más inútil y reafirme su idea de que nunca es tarde si la dicha es buena. Por eso la aparición de un Guzzini que le hace caso, le escucha atentamente y decide voluntariamente formar parte de sus planes en lugar de tratar de separarle de los mismos resulta tan refrescante para él.
Pese al tono ligero y desenfadado en el que se cuenta ya desde la primera secuencia, en la película subyace un mensaje profundo que cala poco a poco en el espectador avezado. Secuencias como las que cierra la película invitan a la reflexión de un tema global. Los deseos y las esperanzas del señor Kaplan podrían ser los deseos y esperanzas de cualquiera, y seguramente todos estaremos algo identificados al final del film, algo que es mérito de un buen guión. Al final, la fuerza de Kaplan está en ser tan universal como atemporal, siendo en una cinta con la capacidad de no convertirse en mera anécdota.