Juana ya tiene 12 años. Se encuentra en un punto de no retorno, una de esas líneas vitales en las que a uno le empujan para cruzar, quiera o no, hacia un lugar un poco más exigente de lo conocido hasta el momento. Pero el de los 12 es más complicado. ¿O es que no os acordáis?
De todos los prismas desde los que tratar los cambios en la vida, la visión de una niña que deja de serlo es siempre abrumadora. Ninguna persona reacciona igual, parece algo obvio, pero todos tienen puntos en común cuando existe esa resistencia al cambio. Juana ya tiene responsabilidades, pero no está por la labor de cumplirlas. Tal y como avanza su historia, rechaza con mayor ahínco la posibilidad de sobrellevar esas peticiones, casi exigencias, que el mundo le pone a sus pies. Porque más allá de apariencias, cada uno tiene su propio universo en la cabeza, y ese no cambia a conveniencia si uno no está preparado.
Juana tiene su propia percepción del problema del que todos los adultos que se encuentran a su alrededor hablan, y en nada se parece a lo que ellos dicen. Todos son ajenos a su verdad, ella estaba bien en su zona de confort, y querer sacarla a rastras no lleva a otra respuesta que no sea la rebeldía, sea cual sea y sin importar el momento. Estancarse es una opción. Ser una pieza férrea e inútil para lo que espera la sociedad, concentrar la energía en equivocar para obtener una pequeña victoria de esas que no esperan celebración y seguir esperando saber si vas a desaparecer ya o debes esperar otro tanto. Esa es la opción de Juana.
Resetear no implica negar aptitudes. Ella las tiene, demuestra su extrema inteligencia en sus tretas o sus inquietudes. Pero espera la atención de las personas que no se sienten dispuestas a hacerlo. Todo aquello que le rodea es insatisfactorio.
Pese a todo ese halo de negatividad que rodea a la protagonista, la película goza de un aspecto limpio y sereno. Nos movemos por el colegio bilingüe donde ella estudia, por su enorme casa o en los centros médicos (ante la duda de una repercusión física o psíquica en su resistencia a comportarse con normalidad, los expertos son la salida fácil), todos lugares con cierta familiaridad en los que ella aparece siempre pegada a su uniforme escolar, como si pasar por la vida necesitase de un mono de trabajo para afrontarlo. Hay luz en esa vida diurna del escolar, y la música está ausente, por innecesaria, para elucubrar un mundo totalmente cerrado a lo que siente Juana. No hay necesidad de pataleos ni dramas, su pasividad se retroalimenta por todo aquello que podamos imaginar, pasa por su cabeza, alentados por sus susurros cuando nadie la escucha, o sus miradas furtivas hacia la ventana o al cuadro de Frida Kahlo cuando debiera atender a lo que le inculcan. Pequeños destellos de inspiración se encuentran sus dibujos y sus sueños (no he podido más que pensar en otro debut argentino, el de Jazmín López con Leones, cuando surgió la escena onírica, donde claramente la distancia gana como miedo favorito para los niños de padres separados).
Más allá de todo aprendizaje sobre la psique pre-adolescente, Martin Shanly muestra una bella recreación de un personaje con entidad propia, jugando con su estanqueidad para abrirnos un rico surtido de silencios que nos provoca una conexión con ella al saber de su grandeza envuelta en terquedad y displicencia. Esto lo logra con un personaje por desarrollar, a medio camino de la vida, sin necesidad de crear objetivos más allá de la demarcación personal. Nos permite comprobar que ese paso que todo el mundo da no puede programarse como una clase de matemáticas, donde se aprende a resolver las incógnitas de la ecuación, sin preguntar si te interesa lo más mínimo el resultado. Sólo queda visualizar los ojos del pequeño hermano de Juana, que interroga su alrededor, que nos recuerda que no hace tanto, ella estaba bajo esa protección del infante, donde uno se siente tan cómodo para soñar y, por qué no, obedecer.
Hace una semana habría reconocido la película Juana a los 12 desde el recuerdo, pero enfrentarme a un muchacho de esa misma edad durante unos días me hace vivirla de otro modo, igualmente especial, pero desde una perspectiva un tanto personal. Calcada diría. La verdad es que da miedo cuando el cine reproduce paso por paso lo que acabas de vivir. Pero es tan fascinante ese momento en que chupan tu esencia cual vampiros…