Valeria Bruni Tedeschi es una actriz adorada por muchos (aunque irrite a otros), y también una directora tan desconocida como detestada. A mi parecer es una de las mejores narradoras del cine contemporáneo. Utiliza la creación cinematográfica como herramienta catártica, de ningún modo didáctica, para la reflexión de su estado anímico y creativo de un instante o un pasado, y de la gente que la acompaña, su familia, sus amigos, las distancias, las llegadas. Sus películas nacen de su vida y, como comenta, son autografías imaginarias, que se relacionan con las penas o dificultades de la relación con el otro. Normalmente encontramos siempre la búsqueda de una persona o de un amor que nunca acaba por llegar o que se va. La imposibilidad de retenerlo o de encontrarlo.
El ambiente, evidentemente, es creado por los castillos donde habitan y por su familia, que va filmando a medida que avanza su filmografía. Con una sonrisa que la caracteriza como actriz, desarrolla un tríptico de relaciones entre las personas que la rodean: Marisa Borini, la madre de la directora que ya estuvo en sus anteriores películas, la fantástica Actrices, Un castillo en Italia y ahora en Les estivants. Louis Garrel, quien fue pareja durante años de Valeria, aparece en Actrices como elemento de deseo, y en su segundo filme como amante, desapareciendo en este. Intuimos, por lo tanto, que también sucede así en su vida no profesional. Y es que en el mundo de la directora sí que se mezcla de forma transparente realidad y ficción. También encontramos constantemente a una de las grandes actrices francesas, Noémie Lvovsky, con quien siempre escribe el guión junto a Agnès de Sacy. Otros regulares son Mathieu Amalric, Valeria Golino o Xavier Beauvois.
Como un culebrón con clase se compone el arco cercano a la actriz italo-francesa, y esta es seguramente la característica mas original y divertida de su filmografía. Entrar en el mundo burgués, de excesos y frustraciones de Valeria. Viajando entre contrastes, cambios de ánimo, histeria y ternura, Les estivants nos presenta unos personajes veraneando en un palacio familiar de la Costa Azul. Mediante lujos y discusiones, encontramos dos clases sociales, los sirvientes y los servidos, con una familia burguesa liderada por la madre de Valeria. La hija se encuentra en un estado desequilibrado debido al ‹affair› de su marido con otra chica. Ella se instala en la ‹maison› para acabar de escribir junto a Lvovsky su nueva película, que por cierto es criticada por todos los que la rodean y hace presente en el ambiente del filme la imposibilidad de rodarlo. El guión que escriben trata de la muerte de su hermano —¿ficción o realidad?—, fallecido recientemente. Seguramente lo más interesante del largometraje es el conflicto moral de la familia al conocer que la hija pequeña está construyendo esa ficción a partir del fallecimiento de él.
El metacine, una virtud de sus películas, es más evidente que nunca en Les estivants y esto produce una mayor falta de sutileza en todo el metraje, pero siempre está la bella e histérica Valeria para resaltar aún más esta falla, este error narrativo que no hace más que aportar frescura en su conjunto.