Después de la caída del Muro de Berlín, Bulgaria celebró las primeras elecciones democráticas tras cinco décadas de gobierno totalitario comunista, de los que treinta y cinco estuvo gobernada bajo la voluntad del líder del partido único Todor Zhivkov. En esa misma época, Bojina Panayotova —la directora de I See Red People— abandonaba junto a su padre el país para asentarse en París a la edad de ocho años. Décadas después documenta su regreso a Sofia para explorar su verdadera identidad tratando de comprender la inestable situación política búlgara, los movimientos de protesta anticomunistas de los ciudadanos y el halo de misterio que envuelve el estilo de vida, los trabajos y las relaciones personales de su familia antes de la caída del telón de acero y del desmoronamiento del bloque soviético. Videollamadas con Skype, grabaciones con teléfonos móviles y una cámara réflex digital combinadas con imágenes de archivo que contextualizan su propia vida y antecedentes históricos sirven para elaborar el proceso de investigación de su pasado a través de persistentes conversaciones con su madre y su padre sobre la posibilidad de que su abuelo fuera miembro de la policía secreta ateniéndose a los privilegios y libertades de los que disfrutaban.
Pero sus mismos progenitores suponen un enigma para ella —mostrando una reticencia manifiesta a hablar de las relaciones como artista de su padre o de las de su madre durante sus años universitarios— y dejando espacio a cuestionarse cuál fue su verdadero papel en el entramado de vigilancia masiva y espionaje que el estado realizaba sobre sus ciudadanos para controlar la disidencia política y las amenazas externas al régimen. El montaje establece a través de la división de la pantalla en numerosas ocasiones y con las imágenes de la propia directora —que se incluye dentro del film— un diálogo constante con sus pesquisas, reflexiones y entrevistas, creando así de manera transparente una narrativa que se construye delante de los ojos del espectador, que cuestiona su mismo punto de vista y la ética tanto del proceso creativo de su autora como de los límites que es capaz de cruzar para obtener la información, reacciones y grabaciones necesarias para su obra. Panayotova no es sólo consciente de la distancia generacional y cultural con sus interlocutores por su edad e influencias viviendo en Francia durante tantos años, sino que esa distancia forma parte de la búsqueda de si misma como única aproximación posible para entender el presente de Bulgaria y el suyo propio.
Para ello la directora considera necesario desvelar cualquier verdad oculta en sus orígenes, por muy incómoda que sea reconocerla. Un registro público con todos los archivos guardados de la policía secreta está accesible para que cualquiera cuyo nombre —o el de un familiar fallecido— aparezca en ellos pueda solicitar revisar la información disponible almacenada durante años. Un recurso que parece clave en el latente conflicto social del país para reconocer a todos los que participaron, se beneficiaron o fueron víctimas de la represión existente entonces. El ejercicio documental se carga de la inmensa ironía de necesitar a aquellos a los que antagoniza durante su metraje para acceder a datos que supongan respuestas auténticas a todas sus preguntas y temores. Una información que mantienen secuestrada en su negativa por motivos desconocidos, que pueden ir desde el miedo a la vergüenza. Aparece a lo largo de la película la dinámica que mantiene Bojina Panayotova con su instructor de conducción en una paralelismo sutil pero profundo con otros niveles presentes en la cinta: los conocimientos que mantienen generaciones anteriores necesitan ser transmitidos a las nuevas para que puedan actuar en consecuencia según las necesidades de hoy. Los jóvenes no pueden establecer una identidad particular ni encarar el futuro sin la ayuda de los mismos que les niegan el reconocimiento de su propia historia e incluso de la realidad. Una barrera que les impide liberarse de una vez por todas de los lazos todavía vigentes en las instituciones y la sociedad con la era comunista para poder así transformarlas.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.