El cine de Eugenio Mira es, a todas luces, una profunda reflexión hacia las formas operísticas. Estas, a través de sus amplios recursos visuales y principalmente escenográficos, se han representado tanto en su reverso tenebroso y claroscuro (Agnosia) como en su vertiente pictórica y luminosa (The Birthday y, ahora, Grand Piano).
El cineasta alicantino concibe sus películas no tanto como mero entretenimiento de encargo sino como un vínculo artístico para adentrarse en la posibilidad de las formas y los contornos de la imagen. Así mismo, a través de su puesta en escena eminentemente teatralizada, se sirve de sus brochazos autorales a través de un frecuente esmero de composición simétrica y ordenación espacial. En sus cuadros escénicos predominan la selección y la compilación, en un collage que aúna diversas sistematicidades plásticas. Sus imágenes, de forma recurrente, apelan a la sobrecarga de figuras y colores primarios vivísimos con ornamentos que aglutinan cada extremo de la imagen y ponen en jaque la atención usual del espectador.
Todos estos elementos, lejos de estar constituidos por capricho o al azar, se revelan como los motores que van engrasando, con la precisión minúscula de un reloj suizo, la maquinaria interna de sus géneros más habituales: el thriller y el suspense. Si hablamos de Grand Piano, ambos géneros se combinan de forma insospechada con un tercero, el musical, creándose, a partir de dicha mezcolanza y del tratamiento hiperbólico que Mira hace del relato, lo que podríamos denominar ‘thriller épico musical’.
Tanto el guión como su eminente dirección están ejecutados, deliberadamente, con un elevado componente de inverosimilitud. Al igual que los grandes thrillers de espionaje y suspense clásicos, la credibilidad es un capricho que pende de un hilo y la lógica se pone en jaque durante toda la función. Los acontecimientos se conciben con planteamientos y resultados superlativos y descaradamente pomposos. Ello, además, se reafirma en su técnica de filmación: subrayada, reiterativa, puntillista, excesiva. Intentando buscar el máximo fulgor del mínimo detalle. Excediendo el tempo y el ritmo con un montaje nervioso e imparable, un diseño de sonido embelesador y una banda sonora hiperactiva y apelativa a la grandilocuencia.
Tal amalgama de recursos, lanzados a la cara con semejante velocidad, provoca un desconcertante aturdimiento, una pretensión que sus creadores han sabido cumplir para asegurarse el histerismo colectivo y la división de opiniones. Todo resulta tan descarado y tan delirante que ese planteamiento hiperbólico es precisamente la piedra filosofal sobre la que se sustenta su carácter de ficcionalidad. Al igual que en una ópera, el histrionismo, la estridencia de los intérpretes y la sobresaturación formal de sus recursos escénicos provocan el pretendido estadio de gravedad existencial y delirio sensitivo.
En la raíz, en su germen textual, nos encontramos con un, más bien, esquemático tiralíneas de caza del gato y el ratón, un planteamiento inicial que traza ecos con la cinta de suspense urbano Phone Booth, de Joel Schumacher. A diferencia, mientras que esta se decantaba por una propuesta decididamente realista, Grand Piano busca la estruendosa teatralidad de una partitura febril de Beethoven, donde pequeños estados de calma dan paso a la incontinencia y la furia de las emociones musicales más inefables y soterradas.
Un planteamiento scorsesiano al estilo de The Key to Reserva, donde sus formas plásticas y las capacidades del thriller negro suponen, por sí solas, un notable sustento para llevar a cabo experimentos formales tan complejos y satisfactorios como algunos de los planos secuencia que recorren el primer tercio de la película.
La fusión de esta magnanimidad cinematográfica provoca un persistente alejamiento empático entre película y espectador, viéndose forzado este segundo a admirar la película desde la lejanía del espectáculo ensordecedor o a rechazarla precisamente por los mismos motivos. En cualquier caso, una propuesta valiente y arriesgada que se sostiene de forma pendular entre la fragilidad de su verosimilitud y el impacto de sus formas, las cuales, según se mire, han podido tocar muchas notas en falso o ni una sola.