Maik está lejos de ser un chaval popular en su clase. Ni siquiera se atreve a entablar la más mínima conversación con Tatjana Cosic, bella joven de la que está secretamente enamorado y que sí posee unos altos índices de reconocimiento entre sus compañeros. Parece obvio que la situación no se puede desatascar sin un impulso en la personalidad de nuestro protagonista, impulso que le llegará de la mano de Tschick, un adolescente de origen ruso que tampoco consigue la aprobación inmediata de sus compañeros, pero con la diferencia de que a él no le importa y prefiere dedicarse a vivir la vida. La amistad surge entre estas dos almas solitarias y les llevará a experimentar un viaje nada sencillo de realizar… ni de olvidar.
Goodbye Berlin (Tschick) es como se titula esta película alemana que dirige Fatih Akin, realizador que por su currículum (Contra la pared, Al otro lado, Soul Kitchen…) parece veterano, pero que en realidad apenas cuenta con 43 años de edad. Esta cinta, como bien se vislumbra en sus primeras escenas, pretende realzar el valor de la amistad y de la confianza en la personalidad de uno mismo, ignorando a aquellos que se rigen por falsos y pre-púberes estándares sociales. Un carpe diem, en definitiva, que nos muestra un espíritu de libertad (y casi de libertinaje) que si hubiera que compararlo con alguna obra famosa sería con Cuenta conmigo (Stand By Me), film ochentero nostálgico por excelencia.
La obra de Akin no deja de ser una ‹road movie› que lucha por alejarse de las convenciones sociales con algo de rebeldía, a lo Easy Rider, aunque por el camino caiga en algunas cinematográficas. Véase la sibilina aparición del personaje de Isa, cuyo notable interés inicial se diluye al zambullirse en la espiral desatada en torno a la figura del protagonista, verdadero epicentro del relato. De hecho, tampoco Tschick, pese a dar nombre al título original, llegaría a adquirir un rol protagónico absolutamente esencial de no ser por el curioso perfil con el que está proyectada su personalidad: un tipo de su estilo jamás puede pasar inadvertido para el espectador. La honestidad que desprende el joven es lo que le hace cobrar un sentido especial, en cierta manera reproduciendo ese patrón ya visto en ocasiones y que señala a un héroe-protagonista humilde y callado mientras que es su fiel compañero quien asume el humor y la franqueza, consiguiendo con ello el mayor reconocimiento por parte del público.
Lo que no se debe menospreciar en Goodbye Berlin es su curiosa capacidad para sorprendernos con la amplia y a veces excéntrica variedad de situaciones y personajes que aparecen allá donde se dirigen los protagonistas. La despedida de estos de la capital alemana ya tiene un punto de disfrute que engancha, y que no cesará en otras variopintas escenas como, por rescatar alguna, la de la comida con la gran familia de pueblo.
Por motivos como los citados en el párrafo anterior, Goodbye Berlin consigue captar toda la atención de los que estamos frente a la pantalla. Prácticamente todo está medido de tal forma que lo excéntrico no llegue a rebosar los límites de lo creíble; no es tan difícil imaginar que dos adolescentes se monten en un coche y no miren atrás, ni tampoco que uno de ellos toree a un policía. Lo que más descoloca es la ya mencionada aparición y evolución de Isa, que sí se asemeja más un producto de fantasía que a algo que pudiera ocurrir al doblar una calle cualquiera.
De cualquier modo, merece la pena dirigir la vista hacia una película que, con sus arreglos, sabe divertir a la par que no renuncia al punto de naturalidad que siempre es necesario para no convertirse en un relato que alcance el tedio por su irrealidad. Goodbye Berlin logra aquello que pretendía y nos deja acompañar a sus protagonistas por la espiral aventurera en la que voluntariamente se sumergen.