Si el año pasado Sitges apadrinaba Asmodexia —sin hacer mucho ruido, pero en todo un Auditori, pese a contar con Mike Hostench, el subdirector del festival, como guionista—, el debut de Marc Carreté en largo, Molins hace lo propio esta edición con la ópera prima de Marc Martínez Jordán, film que precisamente cuenta con el propio Carreté como productor. Más allá de ese lazo productor-director, pocas similitudes se pueden extraer de dos obras que, si bien enraizadas en el cine de género, juegan mecanismos distintos: allí donde Asmodexia buscaba forjar un horror sobrenatural refrendado por el intento de consecución de su atmósfera, tejiendo una cinta más severa, con Framed el primerizo Marc Martínez busca abastecer una idea de lo más interesante tanto a través de su discurso —algo retraído, eso sí, aunque desarrollado acorde al carácter de la cinta— como de un tono distendido cuyos logros se reflejan en un sentido del humor tan negro y delicioso en ocasiones como deliberadamente absurdo en otras. Esa relación, que en otro caso se hubiese deducido como una retroalimentación hasta cierto punto lógica —ha acontecido no pocas veces, especialmente en el cine de género; como, sin ir más lejos, el caso Poltergeist tras cooperar Spielberg y Hooper—, en Framed se transforma pues en mera colaboración que deviene en una propuesta que posee, cuanto menos, personalidad.
De ella se extrae una extravagante percepción —en especial, fijada en algunos de sus personajes (los villanos, principalmente)— comprendida en ese espectro cuyo horror indaga en todas las facetas posibles a través del dislate propuesto por esos tres personajes que irrumpen en la casa donde acontece todo; es en el todo por el todo que decide proponer Martínez Jordán, asumiendo la crítica realizada como un ejercicio extremo y fuera de sí, donde Framed marra sus posibilidades e incluso abraza sin contemplaciones un esperpento que se comprende dentro de la dinámica del film, pero al fin y al cabo se asoma a un peligroso linde cuyas consecuencias pueden desdibujar una tenue disertación que, por momentos, es incluso más aguda de lo que cabría pretender —ese instante en la mesa, donde se equipara la actividad en las redes sociales a estar vivo o no—.
Más allá de la obtención de un discurso que otorga un doble filo al film, el cineasta parece sentirse cómodo en cualquier trayectoria que derive el terror de su Framed: desde el más obvio —ese que recurre a ‹jump scares› tan anodinos como juguetones— al más extremo e incluso desprejuiciado. En ese sentido, la cinta emplea con corrección las herramientas de que dispone, y se expande a través de unos rasgos formales acordes con el desarrollo y —en más de una ocasión— desbarre de un relato al que su vena socarrona le viene de maravilla: tanto para destensar situaciones embebidas por un extraño clima, como para rebajar los efectos de un despropósito que se siente bien consigo mismo y opta por no rechazar ni tratar de contener sus constantes.
Si bien hay otros aspectos en Framed que hacen que el resultado se resienta a ratos, como algunas de sus actuaciones —que su interpretación más salvable sea la de un Àlex Maruny que parece imbuido por el espíritu del Nicolas Cage más trastornado (algo que, dicho sea de paso, no le viene nada mal al personaje) habla por sí solo—, la desatada y estrambótica presencia de sus villanos o un sentido del ridículo en ocasiones discutible, lo cierto es que donde termina sintiéndose fallida es en la evidente búsqueda de algo más que una premisa: un punto mediante el cual realizar una sugestiva reflexión que es consumida tanto por el significado que se le otorga, como por el trazo grueso que obtiene en más de un momento. Así, ese esperpento que podría estar enteramente justificado en la consecución de una mirada, se diluye y sólo se recupera cuando el acertado humor —por suerte, deliberado— que propone su director hace acto de presencia. No obstante, Framed se compone con voz propia y, lejos de resultar antipática como sucede con tantas otras introspecciones al 2.0, se descubre como un apreciable ejercicio que, con sus faltas y desaciertos, resulta por momentos ciertamente disfrutable.
Larga vida a la nueva carne.