Con Four Lions pasa una cosa curiosa. Sí, su humor en negrísimo y los hay que tener bien puestos para hacer una comedia sobre un grupo yihadista que planea atentar en Londres. Es su reclamo más poderoso: sobrepasar los límites del humor. Se suele decir que para algunos puede resultar demasiado fuerte y para otros «no tiene ni puta gracia». Pero al final ocurre que se habla más de la película como de una obra que ha sido criticada, y por ello digno de mención, más que por sus aciertos, que los tiene y no sólo en el campo del humor.
Podemos pasarnos párrafos enteros hablando de lo difícil que sería encontrar una cinta como esta en España, por ejemplo, o de la hipocresía de parte de nuestra sociedad que achaca al mundo anglosajón una única etiqueta de conservadores y olvidar mentar proyectos como, atención al provocativo reclamo, Postal, de Uwe Boll.
La cinta de Christopher Morris sigue a un grupo de británicos musulmanes perfectamente adaptados en la sociedad a primera vista, que deciden luchar por una particular idea de Alá. Para ello viajan a Pakistán para recibir entrenamiento terrorista y posteriormente sembrar el caos y el terror en pleno Londres. Pero ocurre que del grupo de amiguetes, salvo uno, el resto son buenos para nada, con ideas disparatadas y desconectadas con la realidad —«volemos Internet», propone uno—.
Sus herramientas para el humor pasa por mostrarnos escenas tan negras como el carbón donde nadie está a salvo, empezando por los protagonistas y terminando por un cuerpo policial racista y estúpido que no hace más que contribuir al caos y a la risa. Así, por ejemplo, se hace mención a cierto caso acontecido en el Reino Unido cuando la policía asesinó a un turista brasileño confundiéndolo con un potencial terrorista islámico en una parada de metro. Su cineasta no se achanta a la hora de mezclar realidad y ficción y crear la sensación que, aunque exagerado hasta límites insospechados, hay cierta base de «realidad».
De todas formas su humor funciona de manera puntual en brillantes escenas pero en otras ocasiones agota al espectador y sus personajes en ocasiones se traicionan demasiado y más que risas, provocan nerviosismo ante su estupidez supina. Aunque ya aviso que cuando se acierta en el tono y la situación se consiguen algunos de los mejores momentos cómicos de los últimos años. Es en esas situaciones que no sabes si reír o cabrearte.
Respecto a lo supuestos límites del humor recitaré esa frase de Yves Lavandier de su libro «La Dramaturgia» (una de los pocos libros sobre guión donde no se intenta imponer una manera para crear guiones exitosos, sino donde solamente se repasan los mecanismos y las herramientas que pueden usarse. Muy recomendable y una gozada de leer, no como la piedra esa de «El guión», del gurú McKee): «puedes reírte de todo, pero no con todos ni en todas partes». No tengo más que decir. Habrá quien encuentre ejemplar su tono y quien considere que es una ofensa, pero desde luego no es censurable.
Pero como decía al inicio, sería una lástima que sólo nos quedáramos con su humor, teniendo en cuenta que a lo largo de la cinta subyacen algunas ideas muy inteligentes e interesantes. Por así decirlo, su humor, a parte de ser bestia tiene detrás una intención. No es un chiste vacío, como ahora sí, peca la anterior mentada obra de Uwe Boll (tampoco censurable, como no lo es, por ejemplo, la impagable escena de Aterriza como puedas sobre la pederastia y que sería difícil rodar hoy en día).
Y es que se juega sobre las ideas preconcebidas, un tema que va unido irremediablemente a la visión que tenemos del Islam y que hace estragos en nuestra sociedad en otros aspectos. Así, por ejemplo, la «hippie» enamorada de uno de los terroristas y que parece no importarle la religión de sus «amigos» enloquece cuando sospecha que son homosexuales y los insulta. Mayor es la confusión en el espectador cuando se descubre que uno de los terroristas tiene una vida «normal» en su hogar, mostrándonos una relación de total confianza y respeto en el seno de su familia, donde su mujer, prácticamente occidentalizada, apoya los planes de su marido y lo aconseja, huyendo del machismo. Peor aún, el hermano de ese mismo personaje se nos muestra como un integrista islámico que tiene esclavizado a su mujer, pero ojo, desprecia cualquier conato de violencia física e intenta disuadir a su familiar de realizar acciones terroristas.
Estas sencillas pinceladas sirven para destruir los estereotipos en cualquier dirección y nos hace reflexionar. A parte de las carcajadas que cuenta la obra esta idea es su mejor arma y desgraciadamente parece que no ha sido reclamado lo suficiente por la crítica. Por así decirlo, su humor no ha dejado ver a las claras las raíces de la película. La visión estereotipada sirve tanto para criticar a la sociedad o los cuerpos policiales como a los terroristas.
El final es tan divertido como un cáncer de pulmón. ¿Consiguen los terroristas su objetivo? No debo desvelar nada, pero es cuando el ejercicio de tono se encuentra ante su parte más difícil para el espectador. Y sale airoso.
Four Lions es una joyita de humor negro por descubrir. No será del agrado de todo el mundo, pero es muy valiente y en el fondo tiene especial cuidado a la hora de dirigir su mirada más que lo que pueda parecer de inicio. Lo que sea valiente tampoco nos sirve a la hora de defenderla. Se puede ser todo lo valiente que se quiera y hacer un cagarro de película. Pero no, no es el caso del filme de Christopher Morris.
Véanla.