Tras su primera y única incursión en el musical con La felicidad de los Katakuris, Miike llega ahora con For Love’s Sake dispuesto a comerse la pantalla de nuevo; lamentablemente, ese efecto sólo se vislumbra en los primeros cuarenta minutos de metraje cuando, tras sorprender con un par de fantásticos números musicales y dotar de agilidad y una fuerza inusitada al conjunto, empieza a moverse en terreno fangoso. No ya por abandonar esa faceta que tantos buenos resultados le había dado en sus minutos iniciales o empezar a regodearse en ese cine que tanto le gusta, donde la demencia y las coreografías de acción no parecen tener parangón en un espectáculo que, sin embargo, posee demasiadas fallas en su estructura narrativa que le hacen perder la solidez obtenida durante su primer tramo. Es a causa de ese desmán narrativo cuando For Love’s Sake empieza a diluirse como un azucarillo y la creatividad de Miike queda en entredicho haciendo que el cineasta nipón deba redirigirse a otras constantes de su cine para culminar un film que no se sabe bien qué termina siendo, si un musical, una película de acción de indefinido poso dramático o una comedia bizarra en el marco de la ‹high school› japonesa.
Es en ese marco donde engarza Miike su particular galería de personajes que nos llevan desde jóvenes marginales con actitud de ‹psycho killer›, hasta colegialas trastornadas y acosadoras que componen otro de esos universos de puro delirio donde asistimos a momentos del más puro desvarío gracias a las distintas vertientes que el autor de Visitor Q otorga al conjunto. Podemos disfrutar de los ya citados momentos de musical, que decaen con el avance de la propuesta, o secuencias de acción desmedida ensalzadas por una dirección verdaderamente potente, que alcanza su culmen gracias a uno de los mejores instantes del film, donde los amantes del ‹bullet time› se deleitarán gracias a un talento que, aunque apagado en otras vertientes, sí funciona haciendo lo que mejor sabe hacer Miike. Es así como asistimos a un remix en el que fácilmente se pueden incluir referencias ineludibles del director como la ya citada La felicidad de los Katakuris o Crows que, pese a perderse en un metraje que se estira y recurre con demasiado ahínco a las mismas situaciones y tics del director, funcionan cuando están en pantalla y otorgan los que seguramente son los mejores minutos de esta For Love’s Sake.
También acrecienta las posibilidades de la obra el talento escénico que posee el nipón, que aprovecha sus virtudes en una fabulosa puesta en escena donde crea, construye e introduce escenarios con una facilidad pasmosa que, a la postre, son perfectamente útiles para describir situaciones. Así, el cromatismo gana importancia en pantalla y todos y cada uno de los decorados se funden para elevar el nivel de una cinta que puede estar por debajo de lo esperado, más tras ver su brutal comienzo, pero sabe como hacer confluir todas esas bondades de la mentada puesta en escena y las aprovecha incluso para incluir una performance “miikeniana” de lo más auténtica.
Quizá se podría reprochar al cineasta el hecho de iniciar la cinta con ese fantástico arranque para finalmente no saber cómo redirigir sus parámetros y terminar realizando un pastiche de enormes dimensiones pero, sin embargo, cualquier acérrimo de su cine disfrutará con ciertos tramos de un film que termina perdiendo enteros con un cierre (‹deus ex machina› mediante) verdaderamente blando que, pese a intentar justificarse con un último fragmento animado (así es como empieza, de hecho, For Love’s Sake) en forma de idóneo giro de guión, no cuaja ni culmina las posibilidades de un trabajo a través del cual se intuye que, visto lo visto, a Miike se le puede exigir mucho más. Tampoco habría que tentar a la suerte, no obstante, menos cuando el nipón deja en su regazo unas 2 o 3 obras anuales cuya capacidad se ve minada seguramente por la habilidad de un cineasta libérrimo y único que quizá no da para tanto, pese a su multitud de registros y marcas.
Larga vida a la nueva carne.