Si la memoria no me falla, y las lagunas cinéfilas no me hacen un flaco favor, deberíamos remontarnos hasta las primeras y más exitosas películas de Kevin Smith (concretamente en su talentosa Persiguiendo a Amy) para recordar en el cine moderno un paradigma de comedia que se atreve, con descarada valentía, a decir lo que piensa, creando un vínculo telepático entre el film y los sentimientos más íntimos y soterrados del espectador. Esta comunión, partiendo de su inusual naturaleza, puede provocar el extraño fenómeno de absoluta complicidad entre ambas partes, algo para lo que se necesita trabajar mucho y muy duro para ser conseguido. Sin embargo, Esto no es una cita lo consigue con descarada sencillez.
Decía en una ocasión Richard Curtis (guionista de Notting Hill y Love Actually) que para escribir una comedia romántica debes tener muy claro desde el principio que no estás escribiendo una comedia romántica. Quizás ese planteamiento sea el engranaje que activa, con tanto acierto, los motores empáticos de esta pequeña –en su duración- pero grande –en su mensaje- película. Los estigmas sentimentales que se nos presentan en primer término, y las confusiones que generan en los protagonistas, son tan universales, tan humanos y tan desconcertantemente orgánicos que toda la película parece actuar como una gran broma zodiacal, donde un desconocido puede haber descrito tus debilidades, tus deseos, tus anhelos y tus fortalezas sígnicas en solo un par de párrafos de texto.
Esa sensación de estar viendo y escuchando la realidad puede provocar la experimentación de un notable efecto de lo real, de lo inaprensible e inexpresable que se logra vislumbrar de cada una de nuestras vidas, refrendando su autenticidad y provocándonos una brutal tarea introspectiva durante y después de la proyección. Este festín de perceptible iconicidad rutinaria alcanza su contrapunto con la frescura risueña de sus líneas maestras, tanto en sus diálogos y en sus eminentes intérpretes como en la música de Adiós Springfield.
Para conseguir esta exitosa acumulación de bienes, sus creadores se decantan por una ejecución no del todo legítima si tomamos los procedimientos estándar de la comedia romántica moderna en cine. En Esto no es una cita, todo lo que ocurre y lo que escuchamos nos implica y nos remueve porque se encuentra en el primerísimo término de su exposición, golpeándonos en la cara. Sus diálogos y las interpretaciones, concebidas no para abarcar el ojo primario de la cámara sino los del último patio de butacas, nos sacuden y nos abofetean, tal es el grado de subrayado y remarcado pretendidos. No hay lugar para que el espectador abrace la espontaneidad elíptica en su participación porque el paroxismo de la propuesta entierra todo atisbo de espontaneidad.
En este sentido, la película no se ve mermada, en su disfrute, por dichos términos si tomamos en consideración los códigos narrativos del estilo sit-com (algo de lo que bebe bastante en su planteamiento de realización) y en la revisitación del slapstick y el screwball, donde esa carencia de naturalidad se contrarrestaba a golpe de carcajada teatralizada, a todas luces efectiva y estimulante. Es tarea difícil, y he aquí una de sus grandes virtudes, acercar al espectador a una coescritura espiritual autodirigiendo aquello que debe sentir o aquello que debe pensar en cada momento. Todo depende de cada viajero y de su facilidad o impedimento por ser guiado y conducido por el carrusel de las emociones.
Una película, en definitiva, que abarca mucho en muy poco tiempo, feliz aproximación a la concisión de una temática universal que nos azota y nos encandila a todos, más o menos, por igual. Una demostración valiente y sincera de lo grande que puede llegar a ser el cine como instrumento de comunicación cuando insuflamos un poco de osadía para conseguir hacerlo realidad.